domingo, 24 de junio de 2012





QUÉ MARAVILLAS HAY EN ESTE ENCENDERSE MÁS EL FUEGO CON EL AGUA

 Madre Teresa se divertía desde niña pasando por delante del cuadro de la Samaritana, que representa a Jesucristo junto al brocal del pozo, pidiéndole lo mismo que ella: “¡Señor, dame esa agua!”. Pero rompe el diálogo. La Samaritana pide esa agua que le ofrece Jesucristo “para no volver a tener sed”.  Teresa, por el contrario, pide que no le falte nunca la sed.

Nos aclara  que el agua viva del amor divino que ofrece Jesucristo, en efecto,  nos sacia de tal manera que no volvamos a tener sed de las cosas del mundo. Pero esta agua , a un mismo tiempo, calma y aviva la sed. Y lo razona valiéndose de un hecho contrastado: que lo normal es que el fuego se apague si echamos agua encima; pero el fuego del alquitrán , en cambio, se enciende más porque el agua excita la llama en vez de apagarla..

Y lo aplica a determinados orantes, a los que Dios infunde en su alma un fuego de amor, que la inflama toda y la regala y aviva. Hay contemplativos, en los que el Espíritu infunde una noticia divina que ilumina el entendimiento y enamora la voluntad. Dios se une en amor con el alma y la hace gozar  graciosamente de los bienes propios de Dios. Por eso Teresa, que ha experimentado en su interior, el fuego del amor divino, le pide a Dios, del que está sedienta, que derrame el agua de sus dones y virtudes, que más la inflamen. La escuchamos:

El agua tiene tres propiedades, que ahora se me aacuerda que me hacen al caso; que muchas más tendrá. La una es que enfría, que por calor que hayamos, en llegando al agua, se quita; y si hay gran fuego, con ella se mata, salvo si no es de alquitrán, que se enviende más. ¡Oh, válgame Dios, qué maravillas hay en este encenderse más  el fugo con el agua cuando es fuego fuerte, poderoso, no sujeto a los elementos; pues éste, con ser su contrario, no le daña, antes le hace crecer!

De que Dios, hermanas, os traiga a beber de esta agua, y las que ahora lo bebéis, gustaréis de esto y entenderéis cómo el verdadero amor de Dios ( si está en su fuerza, ya libre de cosas de tierra del todo y que vuela sobre ellas) cómo es señor de todos los elementos y del mundo. Y, como el agua procede de la tierra, no hayais miedo, que mate este fuego de amor de Dios; no es de su jurisdicción. Aunque son contrarios, es ya señor absoluto, no le está sujeto. Otros fuegos hay de  pequeño amor de Dios. Que cualquiera suceso los matará; mas éste no, no. Aunque toda la mar de tentaciones venga, no le harán que deje de arder de manera que no se enseñoree de ellas (CP 19, 3-4).

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