miércoles, 20 de junio de 2012


¡CON QUÉ SED SE DESEA TENER ESTA SED!


En el capítulo 19 de Camino Madre Teresa describe diversas clases de orantes, según la disposición de sus facultades, entendimiento, memoria y voluntad. Hay personas que queriéndose recoger interiormente, para dedicar un rato a meditar en la vida de Jesucristo o en algún misterio de nuestra fe, como pudiera ser en el Espíritu santo como Señor y dador de vida, no logran concentrarse, porque la imaginación, la loca de la casa, lleva la atención a otras cosas.

Les ocurre como a quien tiene mucha sed, ve cerca una fuente, y  encuentra estorbos en el camino que lo impiden llegar a la fuente. Los que llegan ,sacian su sed y con el agua enfrían sus calores. Pero a algunos les puede ocurrir, que el agua, en vez de apagar el fuego, lo  avive más. Teresa habla de una sed insaciable, sed del Dios vivo.¡ Tener sed de sed!

Con estos símbolos del agua y del fuego, Teresa explica los efectos que produce el Espíritu en los orantes. La escuchamos:

Hay unas almas y entendimientos tan desbaratados como unos caballos desbocados, que no hay quien los haga parar; ya van aquí, ya van allí, siempre con desasosiego; es su misma naturaleza, o Dios que lo permite. Hélas mucha lástima, porque me parecen como unas personas que han mucha  sed y ven el agua de muy lejos, y cuando quieren ir allá, hallan quien  las impida el paso al principio y medio y fin. Acaece que, cuando ya con su trabajo ( y con harto trabajo) han vencido los primeros enemigos, a los segundos se dejan vencer, y quieren más morir de sed que beber agua que tanto ha de costar. Se les acabó el esfuerzo, les faltó ánimo.

Y ya que algunos le tienen para vencer también los segundos enemigos, a los terceros se les acaba la fuerza, y por ventura no estaban dos pasos de la fuente de agua viva, que dijo el Señor a la Samaritana, que “quien la bebiere no tendrá sed”. Y ¡con cuánta razón y verdad!, como dicho de la misma Verdad, que no la tendrá (sed) de cosa de esta vida, aunque crece muy mayor de lo que acá podemos imaginar, de  las cosas de la otra por esta sed natural. Mas, ¡ con qué sed se desea tener esta sed!

Porque entiende el alma su gran valor, y aunque es sed penosísima que fatiga, trae consigo la misma satisfacción con que se mata aquella sed. De manera que es una sed que no ahoga sino a las cosas terrenas, antes da hartura; de manera que cuando Dios la satisface, la mayor merced que puede hacer al alma es dejarla con la misma necesidad, y mayor queda siempre de tornar a beber esta agua (CP 19, 1-2).

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