martes, 20 de septiembre de 2011

ME HALLÉ EN UN PUNTO TODA QUE ME PARECÍA ESTAR METIDA EN EL INFIERNO








A Teresa le pasa de todo, según ella misma nos lo cuenta en su autobiografía. Nos habíamos acostumbrado a verla en oración de unión con Dios, arrobada en éxtasis viendo el rostro de Jesucristo y sus manos refulgentes después de resucitado, o rebosando de felicidad por los claustros del Monasterio de la Encarnación. Pero hoy, al llegar al capítulo 32, nos cuenta que estando en oración se vió metida en el infierno.



Esta visión del infierno la describe con tal realismo, que su dolor tuvo que ser estremecedor, insufrible. Y que gracias que le duró un instante, porque, si se hubiera prolongado un poco, hubiera terminado con su vida. Intentaremos recoger algunas observaciones que detalla santa Teresa, como consecuencias vitales de esa visión del infierno.Le afectó de tal manera, que le cambió la vida.



Hoy vamos a escuchar la impresión que le produjo verse metida en un agujero de una pared que la aprisionada más y más,y se la quemaban los huesos y la atormentaban el alma. Teresa describe esta visión que tuvo del infierno con tal meticulosidad y realismo, que nos sobrecoje al leerlo. La escuchamos:


Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor y muchas sabandijas malas en él. Al cabo, estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter, en mucho estrecho.



Sentí un fuego en el alma que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y - según dicen los médicos- los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí sentí. y ver que había de ser sin fin y sin jamás cesar.


Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siembre arrancando el alma, es poco; porque aún parece que otro os acaba la vida, mas aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar - a lo que me parece- y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor (V 32, 1-2).



Dios quiso mostrarle el lugar nó que había merecido ella, sino que hubiera llegado a merecer con los pecados que hubiera podido cometer. Hasta la próxima semana, con un cordial saludo Nicolás

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