viernes, 5 de abril de 2013


                                                
FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE SAN JOSÉ, DE ÁVILA

Del lujo y abundancia del Palacio toledano, a no tener nada propio (9)

 

Doña Teresa de Ahumada tenía intrigada a Doña Luisa de la Cerda. Se movían por el palacio de igual a igual. La enferma se había recuperado, gracias a las oraciones y a la conversación  de la “santa” que tenía en casa.

 Teresa sigue preocupada de su nuevo convento abulense. Cualquier día le da un disgusto a la señora. Las dos hablando y hablando, Teresa le descubre su secreto y las ansias que tiene de ver si han terminado las obras, si ha llegado el Breve de Roma, si están en regla todos los permisos.

Un buen día, descubre a una beata, María de Yepes, que también quiere fundar un convento de carmelitas descalzas.¡Oh sorpresa! Impulsiva, sin miedo a nada ni a nadie, se había presentado en Roma, a pie y andando, y había vuelto con el Breve papal que la autorizaba a fundar su convento.

Esta buena señora le descubrió a nuestra Fundadora que , en los principios de la Orden del Carmen, los monjes no tenían nada propio. La escuchamos:

Pues estando con esta señora que he dicho, a donde estuve más de medio año, ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí de este lugar, y acertó a venir por acá y rodeó algunas para hablarme.
Habíala el Señor movido el mismo año  y mes que a mí para hacer otro monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y descalza.

Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y aparecídola nuestra Señora y mandádola lo hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había vergüenza de estar delante de ella. Mostrome los despachosnque traía de Roma, y en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la hablé , no había venido a mí noticia que nuestra Regla, antes que se relajase, mandaba no se tuviese propio, ni yo estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae consigo tener propio.

Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien entendido – con no saber leer –lo que yo con tanto haber andado a leer las Constituciones ignoraba. Y como me lo dijo, parecióme bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que había desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí, que a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro; porque grandes deseos de pobreza ya me los había dado su Majestad( Vida, 35, 1-2).

 

 

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