lunes, 4 de febrero de 2013








                                                             ALEGRES Y QUIETAS

Santa Teresa se bate entre dos sentimientos extremos, que a cualquier orante le acosan.Por un lado, el acuciante sentimiento de inestabilidad e inseguridad, bajo el acoso de las tentaciones, y en la experiencia de la propia fragilidad humana. Por otro lado, la anhelante necesidad de un asidero de seguridad, un seguro de amor y de gracia. El ansia y esperanza de ver al Señor, tras la muerte, se enturbia con el dolor y el pavor de que pueda perderle.

“Ay, Dios mio, ¿ cómo podré yo saber cierto que no estoy apartada de Vos?¡Oh vida mía, que has de vivir con tan poca seguridad de cosa tan importante!”-

Al lado de esa carencia de seguridad absoluta, tan fuertemente sentida por la Santa, ella está convencida de que existe un amplio margen de seguridades morales. En contra de la turbación y ansiedad producida por las tentaciones, las fragilidades humanas y, sobre todo, por los temores que anidan en nosotros, ella propone la garantía del amor. El amor es el primero de los dos castillos fuertes.

Y santa Teresa inculca que hay señales que certifican que estamos en el amor. Señales que se imponen por sí mismas al espíritu. Los amores auténticos y fuertes conllevan en sí una patente de autenticidad y seguridad. Sigue una rápida confrontación con el amor humano, una de cuyas notas características es su fuerza expansiva o su eclosión incontenible. “Acá”, si dos se aman, “dicen…que mientras más hacen por encubrirlo, más se descubre…Y "¿ habíase de poder encubrir un amor tan  fuerte, tan justo, que siempre va creciendo, que no ve cosa para dejar de amar, fundado sobre tal cimiento como es ser pagado con otro amor que ya no puede dudar de él, por estar mostrado tan al descubierto, con tan grandes dolores y trabajos y derramamiento de sangre?”.

Y termina apelando a la experiencia: “¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan diferente debe ser el un amor del otro a quien lo ha probado!”.

Amar en esta vida es prenda de amor eterno más allá de la muerte. La escuchamos:

Plega a su Majestad nos le dé antes que nos saque de esta vida, porque será gran cosa a la hora de la muerte ser que vamos a ser juzgados de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguras podremos ir con el pleito de nuestras deudas; no será ir a tierra extraña, sino propia, pues es a la de quien tanto amamos y nos ama (CP 40, 6-8).

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