viernes, 8 de febrero de 2013







                                            ANDAR CON UNA SANTA LIBERTAD

Santa Teresa dedica el capítulo 41 de Camino a glosar lo que es tener temor de Dios. El segundo de los castillos fuertes, para pelearse con todo el mundo y con todos los demonios. En el camino de un creyente, a nuestro amor de Dios lo acompaña o lo sigue como una sombra benéfica el temor de Dios.

El “temor” es categoría bíblica, pues en los libros sapienciales se dice ser “el principio de la sabiduría”. Santa Teresa lo contrapone frontalmente al “miedo”. Y escribe: “no hayas  miedo, hija”. En este capítulo 41 la Santa hablará  del verdadero temor de Dios, para inculcarlo. Y del miedo, para exorcizarlo. En el orante, poco a poco se afianza el temor de Dios: jamás se diluye ni se esfuma; si acaso, corre el riesgo de deformarse y empobrecerse. En cambio, cesan uno a uno todos los miedos.

El trato con Dios y la práctica de las otras virtudes cristianas  dan como resultado esa doble expresión de “sentido de Dios”: amarlo a Él, pero temiendo a la vez la propia fragilidad. Amarlo y temer perderlo. Escuchemos a nuestra Santa en el primer fragmento de este capítulo:

Es cosa sabrosa hablar en tal amor, ¿qué será tenerle?. El Señor me le dé, por quien su Majestad es. Ahora vengamos al temor de Dios. Es cosa también muy conocida de quien le tiene y de los que le tratan. Aunque quiero entendáis que a los principios no está tan crecido, si no es algunas personas, a quien el Señor hace grandes mercedes, que en breve tiempo las hace ricas de virtudes.

Vase aumentando el valor, creciendo más cada día; aunque desde luego se entiende, porque luego se apartan de pecados y de las ocasiones y de malas compañías, y se ven otras señales. Mas, cuando ya llega el alma a contemplación, el temor de Dios también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado aún en lo exterior. Las tiene el Señor a estas personas de tal manera que, si gran interés se le ofreciere, no har-an de advertencia un pecado venial; los mortales temen como al fuego (CP 41, 1).

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