martes, 6 de marzo de 2012

SEÑOR, DAME ESA AGUA.Domingo 11 marzo





DOMINGO DE CUARESMA III B
Jesús llega a un pueblo de Samaría, llamado Sicar. Cansado del camino, se sienta junto al pozo construido por el patriarca Jacob. Era alrededor del mediodía. Los discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. Entre tanto, estando sentado Jesús en el brocal del pozo,llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”.- Esta petición de Jesús,- dice Benedicto XVI-, “expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del Agua que brota para vida eterna: es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos “adoradores” verdaderos, capaces de orar al Padre en espíritu y en verdad.¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed del bien, de verdad y de belleza!. Sólo esta agua que nos da el Hijo Jesucristo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha. “hasta que descanse en Dios”.

La mujer reacciona sorprendida: “¿Cómo tú,siendo judio, me pides de beber a mí, que soy samaritana”?.- El Evangelio nos advierte que los judios no se trataban con los samaritanos..Para los judios, llamar a alguien samaritano era un insulto.- Jesús, al pedir agua a la samaritana, se muestra necesitado de ayuda, porque tiene sed.Reconoce que ella puede darle algo que le es indispensable , y se lo pide con toda confianza.-
Jesús le contestó :” Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú y El te daría agua viva”.. Así se inicia un diálogo. Jesús promete a la samaritana un agua que será, para quien beba de ella, fuente que salta para la vida eterna, de tal manera que quien la beba no volverá a tener sed. Aquí,junto al pozo construido por Jacob para dar agua a las personas y a los ganados, los judios recuerdan a Jacob como el gran patriarca ,que precisamente con el pozo ha dado el agua, elemento esencial para la vida.- Jesucristo nos recuerda que el hombre tiene una sed mucho mayor aún, una sed que va más allá del agua de un manantial que se acumula en un pozo, pues busca una vida que sobrepase el ámbito de lo biológico.- Lo mismo ocurre cuando Jesucristo les da de comer a la multitud hambrienta, Al darles pan natural para saciar el hambre del estómago, les promete darles otro pan. De este modo , la promesa del agua nueva y del nuevo pan se corresponden. Corresponden a esa otra dimensión de la vida que el hombre desea ardientemente de manera ineludible. En la conversación con la Samaritana, Jesucristo habla del otro agua, que es símbolo del espíritu, de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aún sin conocerla. Habla de un don de Dios, de un agua viva que él es capaz de dar a los creen en El: el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.-










Ese agua que le ofrece es el don de la fe. La fe es manantial de todas las gracias. Es el agua viva del espíritu, el agua de la verdad, el agua de la alegría, de la paz interior, de la vida divina, de la vida eterna.- Con esa promesa de dar un agua viva, un agua que transforma al hombre en lo profundo de su ser; un don permanente que hace nacer en la persona una vida nueva, se despertó el anhelo de la mujer samaritana y respondió: “Señor, dame esa agua”.

Hagamos nuestra esa misma súplica al Señor. Digámosle también cada uno de nosotros :” Señor, dame esa agua”. Sintámonos sedientos de luz, de justicia, de felicidad, de amor, de paz interior, de eternidad. Es un misterio tremendo el de la sed que el ser humano siente por el infinito, el de la aspiración del hombre hacia Dios... Y a la vez, somos tan necios que intentamos apagar nuestra sed más profunda, la sed del alma, en los charcos enfangados del placer, del consumo, del poder, del prestigio, de la fama. Charcos que no calman nuestra sed y que nunca podrán saciarla, que la acentúan , como agua salada.
Por eso hoy, delante del Señor nuestro Dios, en este domingo de cuaresma, venimos a pedirle ,como aquella mujer samaritana, el agua de su gracia, de su perdón, de su compasión, de su confianza. Señor, confio en tí, dame tu misericordia. Dame el agua limpia, fresca, pura de tu gracia , de tu vida divina, que me haga hijo tuyo. Ese agua nadie puede conseguirla por sí mismo, por sus méritos. Es un don de Dios.
Por eso la suplicamos humildemente, y como quien siente sed de Dios.- Decimos con palabras de un salmo : “Oh, Dios, Tú eres mi Dios, por Ti madrugo, mi alma está sedienta de Tí; mi carne tiene ansia de Tí, como tierra reseca, agostada , sin agua"

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