jueves, 29 de marzo de 2012

DOMINGO DE RAMOS: día 1 de abril



DOMINGO DE RAMOS






Con el domingo de Ramos comienza la Semana Santa, para vivir la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.Del mismo modo que los discípulos aclamaron a Jesús como Mesias, como el que viene en el nombre del Señor, también nosotros le cantamos con alegría, y confesamos nuestra fe: Jesucristo es la palabra única y definitiva de Dios Padre, El es la palabra hecha carne, El es quien nos ha hablado del Dios invisible. Sigamos a Cristo: los ramos con los que aclamamos a Jesús como Mesias, testimonian nuestra adhesión firme al misterio que celebramos en la Semana Santa, y que culmina en la Pascua de Resurrección.





Jesús entra en Jerusalén montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado.A nuestra Santa le impresionó esta escena evangélica del domingo de Ramos, y nos ayuda descubrir tres cosas sobre Jesucristo aclamado como rey.- En primer lugar como rey de los pobres, pobre entre los pobres y para los pobres; pobres en el sentido de estar libres interiormente de la avidez de posesión y de afán de poder, tener un corazón puro de apetencias, reconocer la posesión de los bienes como responsabilidad, como tarea respecto a los demás, poniéndose bajo la mirada de Dios y dejándose guiar por Jesucristo que siendo rico, se hizo pobre por nosotros. La libertad interior es el presupuesto para superar la corrupción y la avidez que arruinan al mundo, esta libertad sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza, sólo puede hallarse en la paciencia de las renuncias diarias, en las que se desarrolla como libertad verdadera. Al rey que nos indica el camino hacia esta meta – Jesucristo- lo aclamamos en este domingo, y le pedimos que nos lleve consigo por este camino de la libertad interior.- En segundo lugar, aclamamos a este rey como un rey de paz : que hace desaparecer los carros de guerra y los caballos de batalla. El nuevo arma de este rey y que pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, del amor que es más fuerte que la muerte. Cada vez que hacemos la señal de la cruz, debemos acordarnos de no responder a la injusticia con otra injusticia, la violencia con otra violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer el mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal.










La tercera característica de este rey es que su reinado se extiende de mar a mar, hasta los confines de la tierra. Su país es la tierra, el mundo entero. Superando toda delimitación, El crea unidad en la multiplicidad de las culturas. La red de comunidades eucarísticas como ésta que formamos nosotros en esta iglesia , abraza a toda la tierra, a todo el mundo, son las que constituyen el “reino de la paz” de Jesús ,de mar a mar hasta los confines de la tierra. Jesucristo llega a todas las culturas y a todas las partes del mundo, adondequiera, a las chozas miserables t a los campos pobres, así como al esplendor de las catedrales. Por doquier, El es el mismo, el único y así todos los orantes reunidos, en comunión con El, están también unidos entre sí en un único cuerpo. Cristo domina como rey convirtiéndose El mismo en nuestro pan y entregándose a nosotros. De este modo construye su reino.





La multitud aclama a Jesús:”Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”. También nosotros gritamos esto mismo, con ramos en las manos, delante de Jesús, en quien vemos a Aquel que viene en nombre del Señor. Entonces ,la expresión “ el que viene en nombre del Señor” se había convertido desde hacía tiempo en la manera de designar al Mesias. En Jesús reconocen a Aquel que verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios. Esta aclamación a Jesús durante su entrada en Jerusalén, ha llegado a ser con razón en la Iglesia la aclamación a Aquel que, en la Eucaristía, viene a nuestro encuentro de un modo nuevo. Con el grito “Hosanna” saludamos a Aquel que, en carne y sangre, trajo la gloria de Dios a la tierra. Saludamos a Aquel que vino y, sin embargo, sigue siendo siempre Aquel que debe venir. Saludamos a Aquel que en la Eucaristía viene siempre de nuevo a nosotros en nombre del Señor, uniendo así en la paz de Dios los confines de la tierra”, para llegar a ser verdaderamente un reino de paz en este mundo desgarrado.

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