DOMINGO DE CUARESMA III C. Día 3 de marzo
2013
Si no os convertís, todos pereceréis!.- En cierta ocasión le contaron a
Jesucristo que alguien había asesinado a
unos galileos, sin saber por qué. La noticia le impresionó tremendamente, como
nos impresionan a nosotros tantas muertes inocentes. Algunos debieron pensar
que cuando les habían asesinado sería porque eran culpables.-
Jesucristo les adivinó el pensamiento y les
pregunta:” ¿Pensáis que esos galileos
eran peores que los demás, porque acabaron así ? Yo os digo que nó; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo “! La culpa de tantas muertes violentas que han
acaecido y siguen acaeciendo es la misma de siempre: la maldad de los hombres,
el pecado de los hombres, el odio, la venganza, la ambición del poder, la
destrucción de la naturaleza... Y la solución no puede ser otra : “
Convertíos, porque si no os convertís, todos pereceréis “! O convertirse o
perecer!, no hay término medio. Cuanto peor somos los humanos, peor anda el
mundo.
Estamos en Cuaresma, y esta invitación de Jesucristo nos llega al alma a
todos. Porque todos podemos ser mejores. Todos necesitamos ser mejores, para
que todo marche mejor a nuestro
alrededor. A todos nos salpica el mal. Todos somos pecadores.¡ Convertíos! “Convertir”
significa transformar una cosa en otra. Dejar de ser una cosa para ser otra.
Cambiar de sentido, cambiar de orientación. En otra ocasión dice Jesucristo:”
Convertios a mí de todo corazón...Rasgad vuestros corazones, nó las vestiduras.¡
Convertíos al Señor Dios vuestro !”.
Convertíos a mi. Convirtámonos al Señor, Dios
nuestro. Demos la primacía a Dios. La renovación sólo puede venir de la vuelta
a Dios. Orientemos hacia Dios nuestras vidas, miremos a Jesucristo, a lo que El
nos enseña en las bienaventuranzas, en
los mandamientos, y con el testimonio de su vida. Tenemos necesidad de restablecer
con Dios unas relaciones más íntimas, más auténticas. Tenemos que reconciliarnos
humilde y amorosamente con Dios; de estar en sintonía y en paz con Dios. Dejar
de mirarse tanto uno a sí mismo como la única referencia, como si uno por si
mismo pudiera inventarse la verdad. La verdad es una para todos y viene de
Dios,de quien proceden también los mandamientos y los valores objetivos en los
que fundar nuestras decisiones.
Pero no hay cambio, sin sacrificio, sin dolor, sin renuncia, sin llanto
a veces...Para ser buenos hay que renunciar a muchas cosas, por la sencilla
razón, de que todo lo que vale , cuesta; si uno quiere ganar en una vuelta
ciclista, tiene que entrenarse y privarse de comer ciertas cosas, y sudar
mucho; para aprobar un curso o una carrera o unas oposiciones, hay que realizar
esfuerzos, sacrificios y renuncias. Las cosas no se consiguen de cualquier
manera o a cualquier precio...El evangelio nos recuerda estas grandes verdades,
porque no hay otro camino para llegar a la meta. ¡Convertíos a mí, dice el
Señor, con ayuno, con llanto, con luto, es decir, con sacrificio, renunciando a
la codicia, a la concupiscencia desenfrenada, al orgullo, a la ira, a la
venganza.Nos exige derramar lágrimas interiores de arrepentimiento; cambiar el
odio en amor, la comodidad en hacer lo que tenemos que hacer. Todo lo que tiene que transformarse se resiste al
cambio: el fuego cuando enviste a un leño, el leño se le resiste, rechaza al
fuego porque no quiere transformarse en ascuas.
¡
Convertios de todo corazón! No basta con guardar las apariencias exteriores.
No se puede ser cristiano sólo de nombre. Hay que ser coherentes con nosotros
mismos. ¡Un árbol malo no puede dar frutos buenos! Para parecer buenos por
fuera, hay que ser buenos por dentro, buenos de corazón, por convicción.
Convertíos de todo corazón , desde el interior de uno mismo, lugar donde se
unifican el ser y el hacer. Para esto nos ayuda la fe en Dios.
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