Dejábamos ayer a la joven Teresa en malas compañias. La peor, una parienta suya. El nombre de “parienta” oculta la identidad de aquella mujer.Parece que alude a la familia de los Mexia, que vivían con el boato de los hidalgos, concretamente a su prima Inés, una de esas jóvenes, hija de madre que podía decir de ella “tiene buena habilidad, porque yo no la enseñé a labrar ni a hilar ni a amasar; mas la enseñe a hacer muy lindas pasticas de olores, de manera que el que la lleve, llevará con ella una mujer que sabrá adobar para su marido guantes y perfumar para sí las ropas”.
Teresa escucha a su parienta, pero no hace lo que le propone. Es como quien aprende las señales de tráfico, pero no prueba a infringirlas, por la cuenta que le tiene. Por eso, hizo bien Teresa al escucharla, porque aprendió lo que pasaba en otras familias de la sociedad de su tiempo.
Teresa ,a los cincuenta años, hace memoria de las vivencias de su juventud. Y “desde el punto radiante del mediodía de su vida, como desde una atalaya, dominando intuitivamente su fragilidad constitucional y delicada hechura de su ser, aparecían estos juegos como algo monstruoso”.
Teresa está a punto de deslizarse por una pendiente, que la llevaría a poner en peligro su honra. A perder la buena imagen y estimación de su entorno familiar y social.
Estamos tocando un punto crucial en la vida de nuestra Santa. A los puntos de honra dedica páginas enteras. Primero, como aquí, para no rendirse jamás a perder la honra. Ella y su imagen eran una sola cosa. Si le quitaban la honra, era como quitarle la vida. Razonando en frío, veía que en su casa se preciaban de guardar las formas de buena crianza, de una buena educación.
A Teresa le resulta excitante lo que le propone la parienta. La escucha embelesada, pero tiene la elegancia de poder decirle, a la cara, que ella no quería ser como esas. Tener que rendirse a perder la honra, la sobresalta. Eso, jamás. Calla. No quiere herir con un desplante a su parienta. Pero de pronto se arranca y le contesta: ¡que bien lo debéis pasar! Pero yo no quiero ser de esas. No me lo permite mi conciencia y honor. Supo decir que nó, a tiempo.
Esta es una experiencia , digna de ser imitada por los jóvenes: saber escuchar, saber discernir, y saber decir nó, a tiempo.
Os lo recomiendo. Adios. Vuestro Capellán
miércoles, 28 de octubre de 2009
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