lunes, 19 de octubre de 2009

HOY, SAN PEDRO DE ALCÁNTARA

Amigos del BLOC : hoy en la villa de Arenas de San Pedro, en la ladera meridional de la sierra de Gredos, en nuestra diócesis de Ávila, estamos de fiesta. Festejamos a un santo, que fue confidente de Santa Teresa, a la que , en los momentos oscuros y difíciles , dió "grandísima luz y ánimo".SAN PEDRO DE ALCÁNTARA

En vida de nuestra Santa, ella conoció y trato en persona a santos como Juan de la Cruz, Francisco de Borja y fray Pedro de Alcántara. Este franciscano, con fama de santidad, intercedió por Madre Teresa ante el obispo de Ávila, para que le autorizara la fundación del Convento de San José, el primero de la Reforma Carmelitana.

Nació en la villa de Alcántara (Cáceres) en 1499. Estudió leyes en Salamanca, que abandonó para hacerse franciscano descalzo en 1515. Murió el 19 de octubre de 1562 en el convento fundado por él, donde reposan sus restos mortales, en la villa de Arenas, que desde entonces adoptó el nombre de Arenas de San Pedro.

A ninguna otra persona le dedicó nuestra Santa Doctora tantos elogios como a su confidente San Pedro de Alcántara. Se encontraron en Ávila por primera vez en 1559, momento en que Santa Teresa experimentaba vivencias espirituales, que algunos tachaban de negro. Fray Pedro de Alcántara advirtió rápidamente que eran señales inequívocas del Espíritu Santo. Años más tarde, cuando a nuestra Santa se le cerraban todas las puertas para fundar su primer convento de la Reforma Carmelitana, Fray Pedro se le ofreció para visitar personalmente al Obispo e interceder por ella, bajo palabra de que se trataba de una fundadora de toda garantía.

Tal para cual. De él escribió lo que hubiera ruborizado al hombre, tan flaco y vigoroso, que parecía un manojo de raices de roble.

“ Y ¡qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre era de este tiempo. Estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay- como otras veces he dicho-, para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y ¡cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!

Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco, y a mí el amor que me tenía era la causa porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta necesidad como he dicho y diré. Me parece que fueron cuarenta años los que dijo, había dormido sola hora y media, entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño; y para esto estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda –como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio. En todos estos años, jamás se puso la capilla (sobre la cabeza) por grandes soles y aguas que hiciese. Ni cosa en los pies, ni vestido sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de los mismo encima. Decíame que en los grandes frios se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para, con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase con más abrigo.

Comer, a tercer día, era muy ordinario. Y me dijo que por qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un compañero suyo me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía de ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de lo que yo fui testigo una vez.

Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad. Me dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden, y no conocer fraile si no era por el habla; porque no alzaba los ojos jamás…Era muy viejo , cuando le vine a conocer y tan extrema su flaqueza, que no parecía, sino hecho de raices de árboles.

Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. (Después de morir) le he visto muchas veces con gradísima gloria. Me dijo la primera vez que se me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido, y otras muchas cosas”(V 27,16-19)

Tanto era el afecto y la gratitud que se tenían mutuamente, que Santa Teresa llegó a decir que "me parece que mucho más me consuela (desde el cielo) que cuando acá estaba. Díjome el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre. Amen".

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