sábado, 22 de septiembre de 2012




ENCERRARSE EN ESTE PEQUEÑO CIELO DE NUESTRA ALMA

Santa Teresa dedica el capítulo 28 de Camino a enseñarnos el arte del recogimiento, para mejor hacer oración.. El aprendizaje y el avance en el camino de la oración pasa por una fase de interiorización, que hace la oración más personal, más profunda, más sencilla y contemplativa.

Empieza dándonos una definición: “Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias”. Las  piezas del juego en el arte de recogerse dentro de sí son éstas: recogerse  es cosa del alma, es decir, del centro interior de la persona. Es el alma la que ha de convocar a ese centro a los sentidos y potencias, y acostumbrarlos a no “distraerse”. El alma “se entra dentro de sí con su Dios”, para tratarle directamente sin intermediarios. Dios actúa en el alma enseñándola, pues es su divino maestro.

Teresa propone una manera de interiorización a base del presupuesto inicial del “cielo de nuestra alma”, en el que mora Dios. El cielo está donde está Dios.La escuchamos:

Ahora mirad que dice vuestro Maestro: ^que estás en los cielos^. ¿Pensais que importa poco saber qué cosa es cielo y a donde se ha de buscar vuestro santísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia; porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma.

Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte; en fin, que a donde está Dios es el cielo. Sin duda lo podéis creer, que adonde está su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes, y que le vino a hallar dentro de sí mismo.

¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad, y ver que no ha menester para hablar con su padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha menester hablar a voces? Por bajo que hable, está tan cerca que nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped, sino con gran humildad  hablarle como a Padre, pedirle como a Padre, contarle sus trabajos, entendiendo que no es digno de ser su hijo (CP 28, 1-2)..


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