viernes, 25 de febrero de 2011

MI JUEZ ES EL SEÑOR. Domingo, 27 febrero


DOMINGO A- VIII


La Palabra de Dios que hemos escuchado en el evangelio, la podíamos concentrar en esta frase : ” Buscad, sobre todo, el reino de Dios y su justicia”. La primacía de Dios es lo primero en la vida. La justicia de Dios está por encima de la justicia de los hombres.


San Pablo, en la segunda lectura, nos insta a escuchar la voz de la conciencia, y dice que la conciencia no le remuerde, pero ,no por eso, se ve absuelto de culpa. Y añade: “Mi juez es el Señor”. Mirar cada uno a su conciencia personal, nos hace caer en la cuenta de la dimensión subjetiva de la existencia, lo que , por un lado es bueno, pues permite poner al hombre y a su dignidad en el centro de la consideración, tanto del pensamiento como de las acciones. Pero nunca se debe olvidar que la dignidad más profunda del hombre reside en verse bajo la mirada amorosa de Dios, en la referencia a El. Verse bajo la mirada de Dios, Señor de la historia, y creador del cosmos. A Dios le deben los lirios su color, y la hierba su verdor y los pájaros su alimento, que ni siembran, ni siegan, ni almacenan. ¿No valeis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, puede añadir una hora al tiempo de su vida?



Estamos en las manos de Dios. Nuestra conciencia no es autónoma respecto del bien o del mal. Estemos alerta, porque en el pensamiento moderno se ha ido afirmando una visión reduccionista de la conciencia, según la cual no hay referencias objetivas que determinen lo que vale y lo que es verdad, sino que cada individuo, con sus intuiciones, y sus experiencias, es criterio de medición: según esa teoría, cada uno posee su propia verdad, su propio juicio de valoración de lo que es bueno y lo que es malo, Y así la sociedad se está volviendo caótica, y vaga como descentrada, de tumbo en tumbo, sin puntos de referencia, abocada irremediablemente al fracaso.



Para nosotros los cristianos, siguiendo las enseñanzas de Jesús, el significado verdadero de la conciencia es la capacidad del hombre de reconocer la verdad, de percibir su llamada, de buscarla y encontrarla. Es preciso que el hombre sepa abrirse a la verdad y al bien para poder acogerlos de manera libre y consciente. La persona humana es expresión de un designio de amor y de verdad: Dios ha diseñado a cada individuo con su interioridad, con su conciencia, para que pueda hallar en ésta las orientaciones necesarias para conservarse y cultivarse a sí mismo y para conservar y cultivar el desarrollo de la sociedad humana. La verdad y el amor nos han sido dados por Dios, con su valoración objetiva de lo que es bueno y lo que es malo, válido para todos y en todas partes, según las palabras de nuestro Santo padre el Papa.



Los nuevos desafios, que asoman por el horizonte, exigen que Dios y el hombre vuelvan a encontrarse, como nos ha recordado también el Papa Benedicto XVI recientemente: “ que la sociedad y las instituciones públicas recuperen su alma, sus raices espirituales y morales, para dar nueva consistencia a los valores éticos y jurídicos de referencia, y los apliquen en la práctica. Por eso la fe cristiana y la Iglesia no cesan jamás de aportar su contribución al fomento del bien común y de un progreso auténticamente humano, según la ley de Dios. Ante esta tentación de relativismo, los cristianos tenemos la responsabilidad de tomar una nueva resolución de practicar la fe y de hacer el bien, para permanecer con valentía arraigados y cimentados en Cristo.
La liturgia nos invita a escuchar y meditar la Palabra de Dios, para encontrar en ella la fuente y el criterio la fuente y el criterio de inspiración para obrar.
Juntos en la oración, os saluda vuestro amigo Nicolás González



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