domingo, 13 de marzo de 2011

QUE POR LA VIRTUD DEL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN LE DARÍA DIOS MÁS LUZ



En un momento crucial de su vida, Teresa busca un Padre Jesuita para confesarse con él. Pero nó para hacer una confesión más, de las que hacía cada quince días, sino una confesión general. Un relato detallado de cómo había ido procediendo en su vida religiosa: su grado de oración, su experiencia en el trato con Dios y con sus compañeras las monjas, y, en especial, los consejos que había recibido del clérigo Daza y del seglar Salcedo, de los que disentía totalmente.

Vivía en un mar de dudas y de temores. Imploraba suplicante a Dios que le diese luz, para discernir si iba por buen camino en la oración, o si estaba equivocada. A Teresa le ocurría lo que nos ocurre a todos los creyentes, que, como la autenticidad del encuentro con Cristo no es verificable con la razón, ni la realidad de la fe es visible, experimentamos sobresaltos.

A sus cuarenta años, Teresa busca tratar las cosas de su alma, nó con un cualquiera, sino con un número uno en asuntos del espíritu, y, además, sin que lo sepa ni la vea nadie. Pero,¡ oh sorpresa!, cuando llega el Jesuita a la portería del Monasterio, donde le espera Teresa, acertó a pasar por allí una monja alcahuete, que lo difundió por toda la casa. La situación por la que pasa , y su feliz desenlace, así lo relata nuestra humana y humilde protagonista:

( Como al parecer de Daza y Salcedo las mercedes, que Teresa decía recibir en la oración ), era cosa del demonio, dijeron que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús, que, como yo le llamase diciendo tenía necesidad, vendría, Y QUE LE DIESE CUENTA DE TODA MI VIDA POR UNA CONFESIÓN GENERAL, y de mi condición, y todo con mucha claridad.

Que, por la virtud del sacramento de la confesión, le daría Dios más luz, que eran muy experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo que me dijese en todo, porque estaba en mucho peligro, si no había quien me gobernase.

A mí me dió tanto temor y pena que no sabía qué me hacer.Todo era llorar.Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué había de ser de mí, leí en un libro, que parece el Señor me lo puso en las manos, que decía san Pablo: Que "Dios era muy fiel, que nunca a los que le amaban, consentía ser engañados del demonio". Esto me consoló mucho.

Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos los males y bienes; un discurso de mi vida lo más cláramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir.También me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan santa como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad y me parecía quedaba obligada más a no lo ser y quitarme de mis pasatiempos, y que si esto no hacía, que era peor. Y así procuré con la sacristana y portera que no lo dijesen a nadie. Me aprovechó poco, que acertó a estar a la puerta , cuando me llamaron, quien lo dijo por todo el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué de temores a quien se quiere llegar a Dios!

Tratando con aquel sirvo de Dios, que lo era harto y bien avisado, toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje, me declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente.Que era menester tornar de nuevo a la oración...; que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes; que qué sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas personas y otras cosas (V.23, 14-16).
Amigos del BLOG, santa Teresa nos enseña un medio facil para recibir luz y acertar con el camino que nos lleva a Dios. Un medio terapéutico para sanar nuestra conciencia : hacer una confesión general ante nuestro párroco o algún fraile.¡ Hacedlo, de corazón! Con un cordial saludo.Padre Nicolás

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