viernes, 8 de julio de 2011

LA PALABRA DE DIOS ES COMO UNA SEMILLA.Domingo dia 10 de juliio

Evangelista San Mateo. En plata, Custodia del Corpus de Ávila.

Juan de Arfe, 1571


En este domingo XV de tiempo ordinario, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre la Palabra de Dios como semilla, que entrando por el oido, se siembra en nuestro interior. Esta comparación es muy rica en significado espiritual.


¡En qué sentido? Para que haga en nosotros parecidos efectos a los de una semilla que cae en la tierra: arraigar en nuestras vidas y dar frutos de buenas obras. Pero al comparar la Palabra de Dios a una semilla, esta semilla de la Palabra de Dios precisa de nuestra acogida, porque, igual que el trigo que cae en un camino de arena o en un pedregal o entre zargas no puede echar raices profundas ni germinar. de igual modo, si la Palabra de Dios cae en un corazón endurecido no puede enraizar ni dar fruto.


El evangelio de este domingo nos enseña precisamente los grados de colaboración que tenemos que prestar a la Palabra que nos dirige Dios, a través de las lecturas de las Misas o de la Sagrada Escritura, para que pueda fructificar convenientemente en nuestras almas, a saber: 1º) Oirla sin distracciones, y con un corazón generoso y buebo. 2º) Retener la palabra y recordarla en nuestras, 3º) Llevarla a la práctica u obrar en consecuencia.


1º) La Palabra de Dios tiene que entrar por el oido y llegar hasta el corazón del oyente. Este corazón ha de ser como la tierra buena para una semilla: un corazón que acoge la palabra con gratitud y con gozo, con recta intención y deseo de que nos sirva de provecho. Por eso, para los que están distraidos al escuchar las lecturas de la Misa, la palabra de Dios no puede entrar ni siquiera por los oidos, mucho menos, hasta el corazón. Para que la palabra de Dios entre en nosotros, tenemos que concentrarnos, reconducir la atención a lo que estamos oyendo, y tratar de entender el contenido de esos fragmentos de la sagrada Escritura. A Dios, como a un padre, a una madre o a un amigo, no se le puede escuchar con displicencia o desinterés. Ser consciente de quién es el que escucha, quien es aquel a quien escucha y qué es lo que oye- La palabra es un vehículo de comunicación entre dos interlocutores, en este caso, de Dios que habla y del hombre o mujer que escucha y responde.


2º) Tenemos que retener la palabra de Dios, rumiarla y recordarla. La palabra de Dios , como germen de vida, ha de prender en el alma, quedar como enraizada en nosotros, igual que una semilla en tierra húmeda. A ejemplo de la Virgen: "María conservaba las palabras de su Hijo y las meditaba en su corazón".


3º) La palabra de Dios, oida y retenida, hay que llevarla a la práctica. No es una enseñanza especulativa, sino una palabra viva, para saborear y gozar y, luego, aplicar en el tegido de la vida diaria. Saborear la Palabra, gozarla, vivirla y cumplirla. Así la Misa será una verdadera terapia curativa, para sanarnos de las heridas que el ajetreo nos produce en la semana.


Feliz domingo, amigos.

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