Efectivamente. Teresa, por un lado, estaba segura de que su idea fundacional procedía de una inspiración celestial, pero, por otro, todos la decían que no llevaba camino, que estaba equivocada y que desistiera por completo.
Se concentró en si misma, y decidió poner la solución en el juicio que emitiera el Padre Pedro Ibáñez, que reunía dos cualidades en grado eminente, ser un gran teólogo y un gran siervo de Dios. Se desplazó al convento de los frailes Dominicos, al mediodía de la ciudad, y le dió cuenta de
Su proyecto fundacional, y de las razones naturales que la movían a hacerlo. Aunque esto lo decía con la boca chica, porque ya nos anticipó que no le iba a hacer caso, si le hubiera dicho que nó. Con toda sinceridad lo cuenta nuestra Fundadora:
Fui a darle cuenta de todo a un gran letrado y muy gran siervo de Dios, porque, aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera que no lo podíamos hacer sin ofenderle, y que íbamos contra conciencia, me parece que ,luego, me apartara de ello, o buscara otro medio, pero a mí no me daba el Señor sino éste.
Me decía después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo ( porque ya había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, un caballero le envio aviso de que mirase lo que hacía, que no nos ayudase). Y que en comenzando a mirar en lo que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios y que no había de dejar de hacerse.
Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo; y dijo la manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios, que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería.Con esto fuimos muy consoladas, y con que algunas personas santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban (V 32, 17-18).
La decisión de la monja Teresa de no hacer caso de la opinión de la gente de la calle, ni siquiera de sus buenos amigos, sino obedecer a su propia conciencia y consultarlo con el mejor intelectual y hombre de fe que había entonces en la ciudad de Ávila, es un interrogante al valor de la democracia. Si Teresa hubiese aceptado lo que le aconsejaban las monjas de su monasterio de la Encarnación, la gente de oración con la que trataba de cerca y a los vecinos del pueblo, en general, a quienes les parecía un grandísimo disparate que fundara un convento nuevo, Teresa no habría fundado ni el convento de san José, ni la sagrada Orden del Carmelo Descalzo, y hoy nadie se acordaría de ella.¡ Quién sabe las consecuencias que puede tener una democracia en la que tiene el mismo valor el voto de un intelectual y el voto de un analfabeto! Teresa nos habla íntimamente, y por ella vamos conociendo mejor lo que importa a la hora de la verdad. Adios, amigos, con mi saludo. Nicolás González
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