Domingo 33 C
Jesucristo subiendo a Jerusalén, mirando la belleza del templo y ls murallas, dijo:” Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Este domingo nos confronta con la transitoriedad de las cosas caducas. Nos habla del fin del mundo.
Pero al hablarnos del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo – el mundo de los hombres- llegará a un final, pero a un final no al azar, sino a un final querido y realizado por Dios.- Entre el mundo y el hombre hay una relación tan necesaria, que no se puede concebir ni un mundo sin hombres, ni unos hombres sin mundo.
Los cristianos creemos en el fin del mundo, pero el fin del mundo, en el que creemos, no tiene absolutamente nada que ver con el triunfo total de la técnica. El Dios creador del mundo, impulsa la evolución del mundo hacia un mundo nuevo en el que triunfe definitivamente el espíritu, no la materia. Y si lo que al final triunfa es el espíritu, lo que triunfará será la verdad, la libertad y el amor.
Por eso en este domingo, la palabra de Dios nos llama a la responsabilidad. La historia no funciona como un proceso físico, sino que implica decisiones. ¡No cuentes los años. Cuenta los recuerdos vividos! La liturgia de este domingo, al presentarnos a Jesucristo que vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, nos lleva a reflexionar en nuestra responsabilidad en la libertad. Las lecturas de este domingo son un mensaje de gracia, afirman que el hombre será juzgado “por sus obras” y que nadie podrá eludir este juicio sobre la conducta de su vida. La suerte definitiva del hombre no será ajena a las decisiones que haya tomado en su vida. Todos los hombres somos igualmente responsables.- Pero a la vez, la fe en la ayuda de Dios nos da una confianza grande, porque sabemos que Dios nos ama tanto, que jamás se arrepentirá de habernos creado, que siempre nos quiere a pesar de nuestros desvaríos.
El éxito del mundo ya no depende sólo de nosotros, pues está en manos de Dios. Pero el cristiano sabe también que no está ahí para hacer lo que quiera. Sabe que tiene que responder, que es un administrador a quien se le pedirá cuentas de lo que se le ha confiado. Sólo hay responsabilidad cuando hay alguien que examina. El Juicio final nos dice que nuestra vida es algo muy serio y que ahí radica justamente su dignidad.
Como repetimos en el Credo, “Jesucristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”. Sólo juzgará El, y nadie más. La justicia del mundo no tiene la última palabra, ni se disuelve en un indulto general e intrascendente, sino que hay una última instancia a la que podemos apelar para que se haga justicia y así pueda realizarse el amor. Un amor que destruyese la justicia equiparando a todos, generaría injusticia y sería, por tanto, una caricatura del amor. A cada uno nos asistirá lo que cada uno haya vivido. ¡Vive, como al momento de morir, quisieras haber vivido!
No nos juzgará un extraño, sino Jesucristo, que nos amó hasta el extremó y dio su vida por nosotros. Alguien que conoce a fondo el ser humano, porque lo ha llevado sobre sus hombros. Nos dirá “no temas, soy yo”.
Jesucristo subiendo a Jerusalén, mirando la belleza del templo y ls murallas, dijo:” Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Este domingo nos confronta con la transitoriedad de las cosas caducas. Nos habla del fin del mundo.
Pero al hablarnos del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo – el mundo de los hombres- llegará a un final, pero a un final no al azar, sino a un final querido y realizado por Dios.- Entre el mundo y el hombre hay una relación tan necesaria, que no se puede concebir ni un mundo sin hombres, ni unos hombres sin mundo.
Los cristianos creemos en el fin del mundo, pero el fin del mundo, en el que creemos, no tiene absolutamente nada que ver con el triunfo total de la técnica. El Dios creador del mundo, impulsa la evolución del mundo hacia un mundo nuevo en el que triunfe definitivamente el espíritu, no la materia. Y si lo que al final triunfa es el espíritu, lo que triunfará será la verdad, la libertad y el amor.
Por eso en este domingo, la palabra de Dios nos llama a la responsabilidad. La historia no funciona como un proceso físico, sino que implica decisiones. ¡No cuentes los años. Cuenta los recuerdos vividos! La liturgia de este domingo, al presentarnos a Jesucristo que vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, nos lleva a reflexionar en nuestra responsabilidad en la libertad. Las lecturas de este domingo son un mensaje de gracia, afirman que el hombre será juzgado “por sus obras” y que nadie podrá eludir este juicio sobre la conducta de su vida. La suerte definitiva del hombre no será ajena a las decisiones que haya tomado en su vida. Todos los hombres somos igualmente responsables.- Pero a la vez, la fe en la ayuda de Dios nos da una confianza grande, porque sabemos que Dios nos ama tanto, que jamás se arrepentirá de habernos creado, que siempre nos quiere a pesar de nuestros desvaríos.
El éxito del mundo ya no depende sólo de nosotros, pues está en manos de Dios. Pero el cristiano sabe también que no está ahí para hacer lo que quiera. Sabe que tiene que responder, que es un administrador a quien se le pedirá cuentas de lo que se le ha confiado. Sólo hay responsabilidad cuando hay alguien que examina. El Juicio final nos dice que nuestra vida es algo muy serio y que ahí radica justamente su dignidad.
Como repetimos en el Credo, “Jesucristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”. Sólo juzgará El, y nadie más. La justicia del mundo no tiene la última palabra, ni se disuelve en un indulto general e intrascendente, sino que hay una última instancia a la que podemos apelar para que se haga justicia y así pueda realizarse el amor. Un amor que destruyese la justicia equiparando a todos, generaría injusticia y sería, por tanto, una caricatura del amor. A cada uno nos asistirá lo que cada uno haya vivido. ¡Vive, como al momento de morir, quisieras haber vivido!
No nos juzgará un extraño, sino Jesucristo, que nos amó hasta el extremó y dio su vida por nosotros. Alguien que conoce a fondo el ser humano, porque lo ha llevado sobre sus hombros. Nos dirá “no temas, soy yo”.
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