A la derecha, un puente sobre el rio en medio de un paisaje.
Harto me parece hacía su piedad, y con verdad tenía mucha misericordia conmigo, en consentirme delante de Sí y traerme a su presencia: que veía yo, si tanto El no lo procurara, que no viniera.- Sola una vez en mi vida me acuerdo haberle pedido gustos, estando con mucha sequedad; y, como advertí lo que hacía, quedé tan confusa, que la misma fatiga de verme tan poco humilde, me dió lo que me había atrevido a pedir.
Teresa en la página que vamos a transcribir hoy, la escribió hablando con Dios. No escribía para sus lectores, pues su humildad la hacía pensar que sus escritos nunca se daban a la imprenta.
Mas bien Teresa escribe para que la lea su Señor. Y con El habla cuando escribe y le escucha. Por eso empieza por caer en la cuenta de que El la ha traido a su presencia, y que la consiente estar con Él. Dios la ha echado el lazo de su misericordia y la ha atraido ante Sí- Dios y Teresa, juntos los dos.
En su presencia se ve traspuesta, porque, siendo el inaccesible, "me consiente delante de Sí". Sabía que si el Señor no se hubiese ocupado de atraerla, por si misma nunca hubiese comparecido a su presencia.
A sus cuarenta años, se ve acosada por Dios con regalos insospechados. No se lo cree. Cuando ora ante Dios, le da gusto rezar. Experimenta sensaciones distintas a otras ocasiones. Son regalos que la aturden. Preferiría que el Señor la tratase como ella cree que se merece, con castigos por sus pecados.
Dios siempre nos sorprende. Nos cautiva con regalos. Es esa y no otra la cualidad del amor. El verdadero amor es siempre gratuito.
Teresa se deja alcanzar por Dios, imperioso, seductor. Y decide gozar a Dios.-Escuchemos esta página del Libro de su Vida:
No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando Su Majestad comenzaba a tornar a regalarme. No parece sino que lo que otros procuraban adquirir con gran trabajo, granjeaba el Señor conmigo, para que yo lo quisiese recibir, pues era ya, en estos postreros años, darme gustos y regalos.
Jamás me atreví a suplicarle yo me diese ternura de devoción. Sólo le pedía me diese gracia para que no le ofendiese y me perdonase mis grandes pecados. Como los veía tan grandes, nunca me atrevía ni siquiera a desear regalos y gustos divinos.
Harto me parece hacía su piedad, y con verdad tenía mucha misericordia conmigo, en consentirme delante de Sí y traerme a su presencia: que veía yo, si tanto El no lo procurara, que no viniera.- Sola una vez en mi vida me acuerdo haberle pedido gustos, estando con mucha sequedad; y, como advertí lo que hacía, quedé tan confusa, que la misma fatiga de verme tan poco humilde, me dió lo que me había atrevido a pedir.
Y comencé más a darme a la oración, y a tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino que - como digo- fuéme ayudando Dios a desviarme. Como no estaba su Majestad esperando sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré,
Teresa de Jesús
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