Santa Teresa se sirve de lo que es un huerto, en una familia, para darse a entender cuando habla de oración. En casa de sus padres había un huerto, que si no lo cuidaban, no producía nada de provecho, hierbas, cardos o espinos. Pero cuando su padre o hermanos lo cuidaban, labraban la tierra, y sembraban en ella simiente de legumbres, verduras o de flores, el huerto les daba patatas, tomates, lechugas o flores.
Pues hacer oración, decía ella, es cuidar el huerto de nuestra alma, para que dé frutos de virtudes y flores olorosas en las que se deleite Dios. Con la humildad, que la caracteriza, cuando escribe el discurso de su Vida, pone a Dios por testigo “de que no pretendo otra cosa en esto, sino que sea alabado y engrandecido un poquito de ver que en un muladar tan sucio y de mal olor, hiciese huerto de tan suaves flores” (V 10,9).
Si no cultivamos la tierra de nuestra alma, crecerán en ella las pasiones, la desidia, la pereza, el desaliento, la tristeza. Pero si la cultivamos con el rezo o con un rato de oración mental, en la propia habitación, o en una iglesia delante del Santísimo, cambiará por completo el huerto de nuestra interioridad.
Por eso pondera la importancia que tiene la oración. La escuchamos:
El bien que tiene quien se ejercita en oración, hay muchos santos y buenos que lo han escrito, digo oración mental, ¡gloria sea a Dios por ello!, y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan soberbia que en esto me atreviera a hablar. De lo que yo tengo experiencia, puedo decir, y es que por males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y, sin ella, será mucho más dificultoso. Y no le tiente el demonio como hizo conmigo, a que la deje por humildad.
Teresa de Jesús
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