que Santa Teresa tenía en su retina,
al que adoraba como viviente en lo más profundo de su alma,
y del que estaba tan enamorada y agradecida, que , narrar su vida equivalía
a narrar las misericordias que Dios había tenido con ella.
“Cantaré eternamente las misericordias del Señor”
Estas palabras del salmo 88 se han colocado muy frecuentemente en los cuadros de Santa Teresa como lema. Nos ayuda, sin duda, a comprender como comprendió su vida.
No es extraño encontrarnos en nuestros días con personas, sobre todo jóvenes adolescentes, que, ante las dificultades de la vida, ven las cosas tan negras que se evaden soñando mundos imaginarios. Sin comprometerse con nada viven sin descubrir los tesoros que la misma vida encierra.
Tampoco resulta extraño encontrar quienes no entienden la vida más que como campo de trabajo febril, sólo interrumpido por ese poco tiempo en el que libres del mismo organizan su vida sólo pensando en disfrutar de lo que es su propio gusto.
No es extraño encontrarnos en nuestros días con personas, sobre todo jóvenes adolescentes, que, ante las dificultades de la vida, ven las cosas tan negras que se evaden soñando mundos imaginarios. Sin comprometerse con nada viven sin descubrir los tesoros que la misma vida encierra.
Tampoco resulta extraño encontrar quienes no entienden la vida más que como campo de trabajo febril, sólo interrumpido por ese poco tiempo en el que libres del mismo organizan su vida sólo pensando en disfrutar de lo que es su propio gusto.
Teresa nos enseña a descubrir la vida como un campo donde encontrar un tesoro: la misericordia de Dios, para poder celebrarla eternamente. Ello entraña abrirse a la vida superando los traumas de la infancia, sintiendo que quienes nos rodearon trataron a su modo de amarnos, y si no lo hicieron fue por esa debilidad de los hombres, que debemos saber encajar y comprender.
Teresa nos ayuda a ir superando las dificultades que conlleva la autoafirmación propia. No cayendo en una vana estima de sí mismo. Si me voy sintiendo persona es porque descubro que alguien me ama de modo incondicional, y me promete un futuro lleno de felicidad. Para ello he de responderle con un amor y entrega, que también se traduce en entrega a los demás. No siempre esto se hace de modo tan ostensible como lo vivió Santa Teresa, sin embargo, somos testigos que muchos de los hombres de nuestros días, en los que la presencia de Dios se oculta por un falso conocimiento del mismo, salen de sí, parar afirmarse en una entrega y don de cuanto tienen y son a favor de los más necesitados. En todo ello, como en la vida de Teresa, se abre paso a esa meta de comunión fundada en el verdadero amor que nos llega de la Palabra en la que hay vida (Jn 1,4).
Al fin, como Teresa en su momento, llegamos a descubrir el valor y la verdad de nuestra vida en aquella Verdad que es cumplimiento de nuestras pequeñas verdades (V 40,1), Sabremos que todo en la vida ha sido misericordia, amor entrañable de Dios, con lo que poder celebrar eternamente el don de la vida misma.
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