SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA,-8 DICIIEMBRE.
(.Prevalece sobre la Misa del II domingo de Adviento)
En esta fiesta de la Inmaculada la Iglesia
nos recuerda que María de Nazaret fue
preservada de todo pecado a lo largo de toda su vida,es decir, desde el momento
de ser concebida en el seno de su madre santa Ana hasta la muerte, por una singular gracia y don de Dios omnipotente. Saludémosla nosotros con
el mismo saludo del Angel: “Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está
contigo”. Fue la llena de gracia desde el primer momento de su concepción, la
purísima, la morada viva de Dios. En Ella habita el Señor, en Ella encuentra el
lugar de su encarnación. El lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios,
que habita en el corazón del hombre vivo, que le ama y le acoge. Ella dice SI
al Señor, se pone plenamente a su disposición, y así se convierte en el templo
vivo de Dios.
Al celebrar esta fiesta de la Inmaculada, lo
primero que aparece es el amor gratuito
de Dios a aquella humilde y sencilla mujer de Nazaret llamada María, porque la
gracia que Dios la concedió de ser Inmaculada, no fué por mérito de ella, sino por
pura iniciativa amorosa de Dios. Lo mismo que ella, todos los hombres y mujeres
somos justificados gratuitamente mediante un acto soberano y liberador del
mismo Dios, pues “todos somos justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención de Cristo Jesús” (Rom.3,24). El amor de Dios se
adelanta a toda posible correspondencia del hombre, manifestando una gratuidad
sin límites en su amor hacia nosotros. A ese amor de Dios, la Virgen María
respondió amándole sobre todas las cosas, acatando su voluntad.
Aprendamos de María Inmaculada que quien se pone totalmente en manos de Dios,
encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad
para el bien. El hombre que se dirige hacia Dios, no se hace más pequeño, sino
más grande, porque gracias a Dios y junto con Dios , que es grande, el hombre
se hace grande, se hace divino, llega a aser
verdaderamente él mismo
María es el signo radiante y luminoso de la
iniciativa amorosa de Dios Padre, que nos ama por pura gracia y nos elige sólo
por amor.
Juan Pablo II insistió que esta elección
deDios “ abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la
mujer que es la Madre de Jesucristo. La elección de María es del todo
excepcional y única.- Dios nos predestinó a ser santos y a reproducir la imagen
de su Hijo en nuestra vida..Cada creyente lo acepta según su libertad y lo
realiza según su capacidad. Pero la Virgen María participó de este don divino
del modo más intenso en cuando criatura absolutamente liberada del pecado y
llena de la gracia divina desde su concepción inmaculada.- La relación de
nuestra Señora con el Padre celestial alcanzó su punto cumbre al convertirse en
la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, al abandonarse por completo
al designio de Dios, respondiendo sí al ángel que le pidió previamente su
consentimiento.Respondió con amor absoluto al amor de Dios. María ha sido
abrasada en ese amor, con una intensidad única y excepcional. La santidad divina,
que en el Espíritu se vuelca sobre la humanidad, hizo de María una persona
totalmente vaciada de si misma y poseida plenamente por Dios-
Veamos también esta elección
amorosa de Dios no sólo como una liberación y santificación realizada en un
momento puntual, sino como una fuerza impulsora que transforma la vida entera
de María en todos los instantes de su
existencia. Esta verdad nos lleva a reflexionar en nuestra propia vida
personal. Descubramos en cada uno de
nosotros cualquier beneficio recibido a lo largo de la vida, primero, como don gratuito y liberador, efecto del amor con
que Dios nos ama a cada uno de nosotros; y, en segundo lugar, como un impulso
del espíritu a hacernos criaturas nuevas, paso a paso, día a día. Por ello,
imitemos también a la Virgen María en la acción de gracias permanente, en su
fidelidad. Seamos fieles como ella a lo que Dios nos pida en cada momento, con
una respuesta positiva y amorosa a su voluntad.
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