DOMINGO IV DE CUARESMA C. Día 10 de marzo
2013
Este texto que acabamos de escuchar, es una
de las paginas más bellas y
estremecedoras que contienen los Evangelios. Se conoce como la historia del
hijo pródigo. La historia de aquel muchacho que un día le pide a su padre la
parte que le pueda corresponder en la futura herencia, y se va de casa con
ello, a vivir su vida. Al poco tiempo se le acaba, se da cuenta de que se muere
de asco, y decide volver a casa, y a pedirle a su padre que le de algún trabajo
y al menos le de de comer como a cualquiera de los criados. Y se vuelve para
casa, con los pies descalzos, sus vestidos hechos girones, andrajoso y muerto
de hambre.- Y se encontró con lo que no había ni sospechado, que su padre le
estaba esperando con los brazos abiertos.
Un padre, ejemplo de toda bondad y
generosidad. El corazón de un padre así atrae al hijo como un imán. Un padre
paciente, que no lleva cuentas del mal que le ha hecho el hijo al marcharse de
casa. No pregunta ni indaga. Lo ha perdonado de antemano. Disculpa sin límites,
cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. Su amor es mucho más
grande que la culpa del hijo. Su misericordia supera a la miseria del hijo ,que
lo había abandonado.. Y por eso, el hijo reflexiona y decide volverse a casa,
porque sabe que le espera un padre que le va a abrir las puertas sin
condiciones.
Así
es Dios para con nosotros. El amor misericordioso de Dios es más fuerte que
todas nuestras miserias. El no espera a que volvamos...Sale en busca nuestra
tratando de atraernos con su gracia, con inspiraciones interiores, atraernos hacia El.
Sintámonos cada uno de nosotros, como hijos,
siempre amados por nuestro Padre Dios, dispuesto a perdonarnos en cualquier
circunstancia.- Esta es la primera lección que debemos aprender de esta
parábola. Nada mueve tanto como el saber que siempre, siempre, pase lo que
pase, alguien nos estima, nos valora, y nos espera. Y ese alguien siempre es
Dios.
Un
ejemplo de conducta es para todos nosotros este padre del Evangelio. El padre
debe ser el hombre del respeto, de la espera vigilante, del olvido generoso ante los prontos con que reaccionan
los hijos, del perdón espontaneo, del amor incondicional, del abrazo, de los
regalos..
Así es nuestro Padre Dios, un padre entrañable
que no nos ajusta las cuentas, que se emociona cuando retornamos del mal, que
nos abraza y nos besa como a hijos.- Para que aprendamos de El a amarnos
nosotros también de la misma manera, incondicionalmente, sin preguntar ,ante
las ofensas, cómo ni por qué. Que a
nuestro lado cualquiera se sienta ilimitadamente acogido y comprendido.
San
Agustín, comentando esta página del evangelio, se veía a sí mismo como un hijo
pródigo y escribió así :” Yo era el que estaba alejado de Dios, y me veía como
el hijo pródigo.¡Pobre infeliz de mí ¡. Por qué grados fuí cayendo hasta dar en
el profundo abismo en que me veía...Yo me aparte de Vos, Dios mío, y anduve
errante y descaminado muy lejos de vuestra firmeza y estabilidad durante mi
juventud; y de este modo llegué a hacerme a mí mismo una región solitaria y un
país desértico, donde reinan la pobreza y la necesidad. Pero yo, Dios mío, con
mucha fatiga y ansia os buscaba, siendo así que Vos estabais más dentro de mí
que lo más interior que hay en mi mismo, y más elevado y superior que lo más
elevado y sumo de mi alma”.
Si
Dios está en lo íntimo del corazón y nuestro corazón se ha extraviado de él, no
nos queda más remedio que volver a entrar en nuestro corazón, por el
recogimiento y la oración y pedirle misericordia y perdón.
Señor, habiéndome convencido de que debo
volver a mí mismo y penetrar en mi interior, para encontrarte a Tí, te pido que
seas tú mi guia, porque presiento que no me será posible volver a mí mismo, si
no me socorres con tu gracia y tu amor misericordioso.
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