jueves, 1 de diciembre de 2011

EN LA ENCARNACIÓN Y EN LA CIUDAD HUBO MUCHO ALBOROTO Y PEDÍAN DESHACER EL CONVENTO



Madre Teresa de Jesús tomó la colación o almuerzo con sus cuatro novicias, y se recostó en el camastro de paja para descansar un poco. Le avisaron que había ido el obispo a visitarlas y acudió al locutorio. A los pocos minutos recibe un aviso de la priora de la Encarnación, para que regrese inmeditamente. Conocida la noticia de que la monja doña Teresa había inaugurado su nuevo conventito de San José, sus antiguas compañeras la reclamaron, pidiendo a la priora que la diese el castigo que merecía por haber abandonado el monasterio en el que había profesado.



Los frailes carmelitas fueron a buscarla a San José, para conducirla a la Encarnación. Hacia las cinco de la tarde dió instrucciones a las novicias, dejando al frente de la casa a una de ellas, Úrsula de los Santos, y encargó de la dirección al canónigo Gaspar Daza, y le pidió que les celebrara la Misa diariamente , las confesara y las enseñara a rezar en el coro.


Madre Teresa abandonó su recién inaugurado convento, y regresó esa misma tarde a la Encarnación. En llegando, se postró ante su priora como humilde y devota servidora, dispuesta a acatar lo que dispusiese. La muy magnífica señora Cimbrón quedó desarmada, y la obsequió con una buena cena. Las monjas no se conformaron con ese recibimiento y apelaron al Provincial- Este acudió al día siguiente, 25 de agosto.La escuchamos:



"Como se supo en mi monasterio y en la ciudad lo que estaba hecho, había en él mucho alboroto. Luego la prelada me envió a mandar que a la hora me fuese allá. Yo, en viendo su mandamiento, dejo mis monjas, harto penadas, y voyme luego, Y muy contenta de que se ofreciese algo en que yo padeciese por Él y le pudiese servir, me fuí, con tener creido luego me habían de echar en la carcel; mas, a mi parecer, me diera mucho contento por no hablar a nadie y descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente".


"Como llegué y dí mi descuento a la prelada, aplacose algo , y todas enviaron al Provincial, y quedose la causa para delante de él. Y venido, fuí a juicio con harto gran contento de ver que padecía algo por el Señor. Acordéme de el juicio de Cristo y vi cuán nonada era aquél. Hice mi culpa como muy culpada, y así lo parecía a quién no sabía todas las cosas. Después de haberme hecho una gran reprensión, aunque no con tanto rigor como parecía el delito y lo que muchos decían al Provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a ello, antes pedí me perdonase y castigase y no estuviese desabrido conmigo".



"Como yo tenía quietud en mi y me ayudaba el Señor, dí mi descuento de manera que no halló el Provincial, ni las que allí estaban por qué condenarme. Y después a solas le hablé más claro y quedó muy satisfecho; y me prometió, si fuese adelante, en sosegándose la ciudad de darme licencia para que me fuese a él, porque el alboroto de la ciudad era ta grande como ahora diré" (V 36, 11-14).



La acusada Teresa sonreía con majestuosa serenidad. Frente a los improperios acusatorios como que ofendía la fama de la Encarnación, su quietud y paz hicieron enmudecer a las alborotadoras. Del otro alboroto de la ciudad merece un capítulo aparte. Adios.Un saludo, Nicolás










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