En el palacio de doña Luisa de la Cerda, Teresa sigue obsesionada con el proyecto de su nuevo convento en Ávila. Y se plantea si debe fundarlo en base a que tenga bienes suficientes para que, con sus rentas, las futuras monjas no tengan que preosuparse de su subsistenicia, o, por el contrario, sin rentas para vivir en pobreza. Y empieza la ronda de consultas.
Escribe al santo fray Pedro de Alcántara y le contesta "a la muy magnífica y religiosísima señora doña Teresa de Ahumada" que su consulta a letrados no era pertinente, porque la cuestión a dilucidar no pertenecía a ese ámbito de doctos teólogos o juristas. Que era asunto muy personal el decidir vivir en pobreza o de rentas," pues en la perfección de la vida no se ha de tratar sino con los que la vive ...y, por tanto, si vuestra merced quisiera seguir el consejo de Jesucristo de mayor perfección en materias de pobreza, sígalo".
En cambio, sus amigos los frailes dominicos le aconsejaban fundar con renta. Teresa pone un paréntesis en la cuestión, porque se le presenta, sin esperarlo, su cuñado Juan de Ovalle con dos misivas que comunicarle. La primera, el fallecimiento repentino de su hermana mayor María de Cepeda, cosa que no le sorprendió a Teresa, porque había tenido una revelación interior, ocho dias antes, presagiando su muerte.¡Cosa de santos! La segunda, para comunicarle que las obras de adaptación de la casa de Ávila para su nuevo convento, habían concluido felizmente, y que habían decidido con su esposa doña Juana de Ahumada trasladarse a Alba de Tormes, pareciéndole que ya no era menester su presencia en Ávila. Y, sin más, se despidieron.
Poco después, le llega a Teresa un recado del provincial alzándole el mandato de estar en Toledo, y que convenía que regresara a su monasterio de la Encarnación, para participar en la elección de priora en agosto. Así se lo anuncia a su señora doña Luisa de la Cerda, que se resiste a dejarla marchar. Pero, dándole esperanza de que volverían a verse pronto, sale de la ciudad del Tajo a últimos de de junio de 1562.
En Ávila, le esperaba la gran sorpresa. La escuchamos:"La noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho para el monasterio y el Breve de Roma, que yo me espanté y se espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor para la venida". Era el documento papal que sus amigas habían solicitado a Pio IV para que madre Teresa pudiera fundar el convento. El documento estaba extendido en pergamino, en latín, sellado con un sello de cera colorada.
Ya lo tenía todo: casa para su conventito y la licencia del Papa. Tenía hasta la compañía de su hermana querida y de su cuñado Ovalde, del que se despidió en Toledo, a quien le habían venido unas calenturas por lo que no pudo seguir viaje hasta Alba de Tormes.
Y, exactamente, el 24 de agosto de 1562 pudo inaugurar su anhelado convento de San José, y así cumplir su propósito de "hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos
evangélicos con toda la perfección que yo pudiese".
Lo que ocurrió ese día, al amanecer, lo veremos otro día, si Dios quiere. Adios. Con mis saludos-Nicolás.
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