Amanecía en Ávila el 24 de agosto de 1562. El toque de un campanil, que por primera vez se oía en las casas colindantes con el acueducto, sorprenció a sus vecinos.¡Era verdad! Sonaba en la casa de don Juan de Ovalle y de doña Juana de Ahumada. Sabían que el señor llevaba unos dias enfermos y que su cuñada la monja de la Encarnación tenía permiso para cuidarle.
¿ Habrá ocurrido que doña Teresa haya comprado una campanita, y quiere probarla?¿ O serán verdad los rumores de la gente, que dicen que esa monja de la Encarnación quiere meterse a fundadora? ¡ A ver si va a hacer ahí un convento!
Nadie podía sospechar lo que pasaba. La vivienda era una casa de vecindad, que había comprado el matrimonio Ovalle-Ahumada, unos meses atrás.¿ Y por qué estaba sonando allí una campa ?
La gran verdad, celosamente guardada en el más sacrosando secreto fue ésta. La escuchamos a nuestra protagonista:
Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, tomaron el hábito algunas, y se puso el Santísimo Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito y otras dos monjas de nuestra casa misma , que acertaron a estar fuera.
Como en esta casa, que se hizo el monasterio, era la que estaba mi cuñado que,- como he dicho-, la había él comprado por disimular mejor el negocio, con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra obedienciaY, como veían ser muy provechoso para toda la orden por muchas causas; que, aunque iba con secreto y guardándome no lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer; porque, por muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara, cuanto más uno.
Esto es cierto, porque aunque lo deseaba más de todo y llevar mi profesión y llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo deseaba que, cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo todo, lo hiciera, como lo hice la otra vez, con todo sosiego y paz ( V36, 5).
Con toda sencillez y llaneza nos describe los inicios de una obra, que estremeció la gloriosa Orden del Carmen desde sus cimientos, y conmocionó la iglesia universal. Puso una semilla sin pensar que iba a crecer a toda prisa. Después de la Misa de inauguración, Madre Teresa se sienta en el santo suelo y se pone a pensar en lo que había hecho. De pronto, no se reconoce a ella misma.
Se lo contaremos otro dia. Adios. Nicolás
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