Cada año, con ocasión de la cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas del Evangelio- Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el sentido de la justicia, que es algo más que dar a cada uno lo suyo. No hay que conformarse con eso.
Aquello de lo que el hombre tiene mas necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: el amor. Podríamos decir que el hombre necesita del amor que sólo Dios que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios. Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a los hambrientos, y condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas. Pero la mera justicia distributiva no proporciona al ser humano todo lo “suyo”, que le corresponde. El hombre, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Como ha dicho San Agustín, “ si la justicia es virtud que distribuye a cada uno lo suyo,no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios”.
El evangelista San Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “ Nada hay fuera del hombre que entrando en él, pueda contaminarle, sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre..Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre, salen las intenciones malas”. Hay una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”,para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden la puesta en práctica. Esta manera de pensar es ingenua y miope. La injusticia, fruto el mal, no tiene raíces exclusivamente externas: tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal…El hombre,abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo.
¿Cómo puede el hombre librarse de ese impulso egoísta y abrirse al amor? Cuando cae en la cuenta de que necesita de Otro, para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad-
Se entiende, por tanto, cómo la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande” que es la del amor, la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
Queridos hermanos y hermanas: la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia.
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