JUNTOS ANDEMOS, SEÑOR
En las páginas anteriores Madre Teresa de Jesús nos ha enseñado que, al hacer oración, prestemos atención a Jesucristo, haciéndole presente con amor, mirándole con los ojos del alma, oyéndole y hablándole como amigo.
Y sale al paso de una objeción que a cualquiera podría ocurrírsele: si hubiéramos estado allí, viéndole llevar la cruz, oyendo las injurias que le hacían, ciertamente hubiéramos salido a su encuentro, para consolarle. Pero ahora, representándole con la imaginación, no tiene el mismo valor querer consolarle. Santa Teresa contesta de una manera contundente: si ahora no sois capaz de dedicarle unas palabras, no teniendo a nadie en contra y sin ningún riesgo por vuestra parte, ¡mucho menos hubierais sido capaces de acercaros a él entonces, expuestas a ser perseguidas físicamente!
Y de pronto, Madre Teresa prorrumpe en una oración, haciéndola realmente tal y como nos la pintado doctrinalmente. Nos enseña a orar orando ella misma a nuestra vista. La escuchamos viéndola rezar:
¡Oh Señor del mundo, verdadero Esposo mio!. ¿tan necesitado estais, Señor mio y bien mio, que quereis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro semblante que os habeis consolado conmigo?. Pues, ¿ cómo, Señor, es posible que os dejan solo los ángeles, y que aun no os consuela vuestro Padre? Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mi, ¿ qué es esto que yo paso por vos?, ¿ de qué me quejo?.
Que ya he vergüenza de que os he visto tal, que quiero pasar, Señor, todos los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por imitaros en algo. Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar.
Direis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto, que si le vierais con los ojos del cuerpo el tiempo que su Majestad andaba en el mundo, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre. No lo creais. Que quien ahora no se quiere hacer un poquito de fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí a este Señor ( que lo puede hacer sin peligro) muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía la muerte al ojo. Mas, ¡qué debía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita santa! ¡Qé de amenazas, qué de malas palabras y qué de encontrones, y qué descomedidas! Por cierto, que debía ser terrible cosa lo que pasaron, sino que con otro dolor mayor, no sentirían el suyo (CP 26, 6-8).
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