A Teresa le ocurrían cosas tan fuera de lo común que nadie se lo podía creer. En su monasterio a ninguna de sus compañeras monjas podía hablarles de las visiones que le venían en la oración. Se lo tomarían a broma. Alguna ya había notado que Teresa se concentraba con tal intensidad, que parecía estaba fuera de sí, abstraida como inmovil. Los confesores, que eran sus confidentes, no la daban crédito.
Solo una mujer seglar, viuda, ama de su casa logró entenderla. Esto le sirvió a Teresa, por fin, de mucho consuelo. Enseguida cayó en la cuenta de que su amiga era una persona fuera de serie, y le preparó una sorpresa. Gestionó que el Padre Provincial de la Orden del Carmen diera licencia a doña Teresa para que pasara una semana en su casa, y procuró que viniese a verla un franciscano que tenía fama de santo, el futuro san Pedro de Alcántara, y pudiera sincerarse con él.
Así ocurrieron los hechos, según lo refiere la protagonista en el capítulo 30 del libro de la Vida:
Como la viuda, amiga mia, supo que estaba aquí (en Ávila) tan gran varón y sabía mi necesidad, porque ella era testigo de mis afliciones y me consolaba harto, porque era tanta su fe que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que todos los más decían era del demonio. Y, como es persona de buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el Señor hacía harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que los letrados ignoraban.
Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada, recaudó licencia de mi provincial para que ocho dias estuviese en su casa, y en ella y en algunas iglesias le hablé muchas veces. Como le dí cuenta en suma de mi vida y manera de proceder en la oración con la mayor claridad que yo supe; ansí que sin doblez y encubierta le traté mi alma.
Casi a los principios vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester. Este santo hombre me dió grandísima luz en todo, y me lo declaró y dijo que no tuviese pena sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta de que era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber. ni que tanto pudiese creer. Y él se consolaba mucho conmigo. Y, como me veía con los deseos que él ya poseía por obra y me veía con tanto ánimo se holgaba de tratar conmigo, que a quien el Señor lleva a este estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto ( V 30,3-5).
Los que viven en y por la verdad, instintivamente se entienden, y alumbran a los demás. El testimonio de Teresa de Ávila nos atrae y nos aproxima un poco más cerca de Dios y de su verdad. Amigos del BLOG, un saludo y hasta pronto. Nicolás González
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