En el Evangelio de este IIº Domingo de Pascua se narran dos apariciones de Jesucristo Resucitado : una a sus apóstoles, reunidos por miedo a los judios, a puertas cerradas, en la que faltaba santo Tomás, y por segunda vez a los mismos a los que se había ya unido el apostol ausente. Se hizo presente sin esperarlo:" Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros".
Ante aquellas palabras, se reavivó la fe casi apagada en sus ánimos. Ellos lo contaron a Tomás, ausente en el primer encuentro :Sí, el Señor ha cumplido cuanto había anunciado; ha resucitado realmente y nosotros lo hemos visto y tocado. Pero Tomás permaneció lleno de dudas y de perplejidades.¿Será verdad?.-Cuando, ocho dias después, Jesús vino por segunda vez a la reunión le dijo: "Tomás, trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente". La respuesta del Apostol es una abierta y conmovedora profesión de fe: ¡"Jesús mio y Dios mio!".
Renovemos también nosotros la profesión de fe. La humanidad actual,- comenta Benedicto XVI-. espera de los cristianos un testimonio renovado de la resurrección de Jesucristo, necesita encontrarlo y poder conocerlo como verdadero Dios y verdadero Hombre. Si en este Apostol podemos encontrar las dudas y las incertidumres de muchos cristianos de hoy, los miedos y las desiluciones de innumerables contemporaneos nuestros, con él podemos redescubrir también con renovada convicción la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles, continúa, porque el Señor resucitado ya no muere más. El vive en la Iglesia y la guia firmemente hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación.
Cada uno de nosotros puede estar tentado por la incredulidad, como Tomás- ¿El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes, no someten quizás nuestra fe a dura prueba? No obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente util y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida. Una fe que estaba casi muerta y ha renacido gracias al contacto con las llagas de Cristo, con las heridas que el Resucitado no ha escondido, sino que ha mostrado y sigue indicándonos en las penas y los sufrimientos de cada se humano.
Aquellas llagas, que en un primer momento fueron un obstáculo a la fe para Tomás, porque eran signos del aparente fracaso de Jesús; aquellas mismas llagas se han vuelto, en el encuentro con el Resucitado, pruebas de un amor victorioso. Estas llagas que Cristo ha contraido por nuestro amor nos ayudan a entender quién es Dios, y a repetir también: "Señor mio y Dios mio". Sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el dolor inocente, es digno de fe.
Renovemos nuestra fe en Jesucristo, diciéndole: ¡Dios mio!
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