Cuando Teresa llega a ese estadio de la vida espiritual que ella llama el tercer grado de oración, experimenta que Dios se vuelca con ella y la inunda con un torrente de gracias. Dios lo hace todo. Ella no hace nada, sino es recibir, aceptar, dejarse por completo en los brazos de Dios. La escuchamos:
Razonablemente está dicho de este modo de oración, y lo que de hacer el alma, o, mejor dicho, lo que hace Dios en ella, que es el que toma ya el oficio de hortelano y quiere que ella huelgue (descanse). La voluntad sólo consiente en aquellas mercedes que goza, y se ha de ofrecer a todo lo que en ella quisiere hacer la verdadera Sabiduría, porque es menester ánimo, cierto; porque es tanto el gozo, que parece algunas veces que no queda más que un punto para acabar el alma de salir de este cuerpo. ¡ Y qué venturosa muerte sería!
Aquí me parece viene bien dejarse del todo en los brazos de Dios. Si quiere llevarla al cielo, vaya. Si quiere llevarla al infierno, no tiene pena, con tal que vaya con su Bien. Si acabar del todo la vida, eso quiere. Y si quiere que viva mil años, también. Haga Su Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma, de sí misma; dada está del todo al Señor. Descuídese del todo.
Digo que en tan alta oración como ésta, cuan la da Dios al alma, puede hacer todo esto y mucho más, pues estos son sus efectos, y entiende que lo hace sin ningún cansancio del entendimiento. Sólo me parece que está como espantada de ver cómo el Señor hace de tan buen hortelano, y quiere que no tome trabajo ninguno, sino que se deleiete en comenzar a oler las flores. Y crece la fruta y madura de manera que se puede sustentar de su huerto, queriéndolo el Señor.
El alma ve más claro que ella ni poco ni mucho hizo, sino consentir que la hiciese el Señor mercedes y abrazarlas la voluntad.
Santa Teresa nos dice lo que es Dios para ella: un tú personal que le habla, la enamora, y la arrebata hasta verse morir de amor.
Con un cordial saludo. Nicolás González
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