Teresa sigue narrando en el capítulo 15 del Libro de su Vida su experiencia para terminar dándonos un mensaje sobre la oración de quietud. Ora de esta manera quien detiene su entendimiento renunciando a los razonamientos que pudiera ofrecerle y cierra la puerta de su memoria, y quiétamente se ve delante de Dios, abriendo de dar en par su existencia bajo la mirada de Dios. En los momentos de esta quietud, estése con suavidad y sin ruido- Teresa llama "ruido" andar con el entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones para dar gracias de este beneficio, y amontonar pecados suyos y faltas para ver que no lo merece.Y bulle la memoria, que cierto estas potencias a mí me cansan a ratos.
Con simpleza, con naturalidad, acepte verse ruin y miserable, sin analizar cómo ni cuánto. Está haciendo oración de quietud. Perciba que se le ha encendido una centellica de verdadero amor, y que no ha sido él quien la ha encendido, sino el Señor Dios. Copiamos el número 4:
Es, pues, esta oración una centellica, que comienza el Señor a encender en el alma, del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo.
Y ,para que vea que es un regalo de Dios, y nó obra propia, pruebe a ver si consigue encenderla por si mismo.¡ Imposible! Por mucho que quiera comenzar a hacer arder el fuego para alcanzar este gusto (en la oración), no parece sino que le echa agua para matarle. Pues esta quietud y recogimiento y centellica puesta por Dios, por pequeñita que es, hace mucho ruido. Y, si no la mata por su culpa, ésta es la que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí, del grandísimo amor de Dios que hace su Majestad tengan las almas perfectas.
Es esta centella una señal o prenda que da Dios a esta alma de que la escoge ya para grandes cosas, si ella se apareja para recibirlas. Es gran don, mucho más de lo que yo podré decir. Es señal de que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos.
La voluntad, con sosiego y cordura, entienda que no se negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que estos son unos leños grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella, y reconózcalo y con humildad diga:Señor ¿qué puedo yo aquí? Estése gozando de aquella merced y recogida, como sabia abeja labrando la miel.
Hagamos caso a santa Teresa, y presentémonos con simpleza y humildad delante de la cuna de Belén, digamos: Niño divino, ¿ qué puedo yo hacer por Ti? Con un cordial saludo. Nicolás González
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