En los capítulos 16 y 17 del Libro de la Vida, Teresa describe un tercer grado de oración, que tambien ella conoce por experiencia, como los dos grados anteriores. Vuelve a recurrir a la alegoría del huerto, que se riega ahora con agua corriente de rio o de fuente, con lo que se riega con mucho menos trabajo.
En ese estadio de su vida, se ve tan referida a Dios, que le basta con dejarse empapar del agua de la gracia, que Dios la regala con tanta abundancia con la que el agua del rio empapa el huerto. Teresa se queda sin palabras para explicar lo que le pasa: un glorioso desatino, la celestial locura.
Experimenta que Dios no la deja hacer nada, que es como el hortelano criador del agua, que la da sin medida.Ya, ya se abren las flores, ya comienza a dar olor. Es ahora cuando Teresa percibe que Dios desea que el alma no tome trabajo ninguno, sino que se deleite en comenzar a oler las flores. Reconoce que lo que no ha logrado ella en veinte años cansando su entendimiento, lo hace el hortelano celestial en un momento, y crece la fruta y madura.
Cuando Teresa pasa por esta tercera oración mística, las virtudes se desarrollan mucho más, se hacen más fuertes. No sabe cómo comienza a obrar grandes cosas con el olor que dan de sí las flores, que quiere el Señor se abran para que ella vea que tiene virtudes, aunque ve muy bien que no las podía ella tener, ni ha podido ganar en muchos años, y que en aquello poquito el cestial hortelano se las dió.
¡Qué pasa a Teresa cuando ora? Tiene delante a Dios que le ofrece flores olorosas y frutas maduras, cogidas del huerto que es ella misma. Quiere describir lo indescriptible.¡"Un glorioso desatino"! ¡Una "celestial locura"!
Si alguien tiene dudas de fe, se fíe de Santa Teresa, porque es imposible que le pasaran esas cosas, si Dios no existiera. No busqueis más pruebas de la existencia de Dios, que la fe y el amor que ella le tenía, que hasta le olía y le saboreaba. Con un cordial saludo. Nicolás González.
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