FUNDACIÓN DEL CONVENTO
DE SAN JOSÉ, DE ÁVILA
Del lujo y abundancia
del Palacio toledano, a no tener nada propio (9)
Doña Teresa de Ahumada tenía intrigada a Doña Luisa
de la Cerda. Se movían por el palacio de igual a igual. La enferma se había
recuperado, gracias a las oraciones y a la conversación de la “santa” que tenía en casa.
Un buen día, descubre a una beata, María de Yepes, que también quiere fundar un convento de carmelitas descalzas.¡Oh sorpresa! Impulsiva, sin miedo a nada ni a nadie, se había presentado en Roma, a pie y andando, y había vuelto con el Breve papal que la autorizaba a fundar su convento.
Esta buena señora le descubrió a nuestra Fundadora
que , en los principios de la Orden del Carmen, los monjes no tenían nada
propio. La escuchamos:
Pues estando con esta
señora que he dicho, a donde estuve más de medio año, ordenó el Señor que
tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de setenta leguas de
aquí de este lugar, y acertó a venir por acá y rodeó algunas para hablarme.
Habíala el Señor movido
el mismo año y mes que a mí para hacer
otro monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que
tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y descalza.
Es mujer de mucha
penitencia y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y aparecídola nuestra
Señora y mandádola lo hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que
yo había vergüenza de estar delante de ella. Mostrome los despachosnque traía
de Roma, y en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en cómo habíamos de
hacer estos monasterios. Y hasta que yo la hablé , no había venido a mí noticia
que nuestra Regla, antes que se relajase, mandaba no se tuviese propio, ni yo
estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de
lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae consigo
tener propio.
Esta bendita mujer, como
la enseñaba el Señor, tenía bien entendido – con no saber leer –lo que yo con
tanto haber andado a leer las Constituciones ignoraba. Y como me lo dijo,
parecióme bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que
había desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí, que a ser yo
sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo pensar de guardar
los consejos de Cristo Señor nuestro; porque grandes deseos de pobreza ya me
los había dado su Majestad( Vida, 35, 1-2).
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