FUNDACIÓN DEL CONVENTO
DE SAN JOSÉ, DE ÁVILA
Inaugurado el convento, Madre Teresa entra en
agonía de muerte (14)
A Madre Teresa le atrae el mismísimo
demonio en el crítico momento en que ella esperaba disolverse por dentro en un
silencio sacrosanto de gratitud a Dios y de autosatisfacción personal. La hace
descender a la arena donde va librar una batalla inimaginable. Ya no se conoce
a sí misma: mis amigos puede que no lo
sean; el Provincial sera mi peor enemigo; las novicias acabarán por salirse por
no poder aguantar tantas penitencias ni tantas horas de oración; nadie se
apiadaría de nosotras y nos moriríamos de hambre. La escuchamos:
Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas, me
revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome delante si
había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra obediencia en haberlo
procurado, sin que me lo mandase el Provincial ( que bien me parecía a mí le
había de ser algún disgusto, a causa de sujetarle al Ordinario, por no se lo
haber primero dicho; aunque, como él no lo había querido admitir, y yo no la
mudaba, también me parecía no se le daría nada por otra parte), y que si habían
de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechura, si les había de
faltar de comer, si había sido disparate, que quién me metía en esto, pues yo
tenía monasterio. Todo lo que el Señor me había mandado, y los muchos pareceres
y oraciones que había más de dos años que no casi cesaban, todo tan quitado de
mi memoria como si nunca hubiera sido. Sólo de mi parecer me acordaba, y todas
las virtudes y la fe estaban en mí entonces suspendidas, sin tener yo fuerza
para que ninguna obrase, ni me defendiese de tantos golpes.
También me ponía el demonio que cómo me quería encerrar en casa
tan estrecha y con tantas enfermedades; que cómo había de poder sufrir tanta
penitencia, y dejaba casa tan grande y deleitosa – y adonde tan contenta
siempre había estado- y tantas amigas; que quizá las de acá no serían a mi
gusto, que me había obligado a mucho; que quizá estaría desesperada, y que por
ventura había pretendido esto el demonio: quitarme la paz y quietud, y que así
no podría tener oración estando desasosegada, y perdería el alma.
Cosas de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi
mano pensar en otra cosa; y con esto una aflicción y oscuridad y tinieblas en
el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi así, fuime a ver al Santísimo
Sacramento, aunque encomendarme a él no podía; paréceme estaba con una congoja
como quien está en agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar,porque
aún confesor no tenía señalado.
Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he
pasado en mi vida; parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba por
pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto, si durara más.
No dejó el Señor padecer mucho a su pobre sierva; porque nunca
en las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en ésta, que me dio un poco
de luz para ver que era demonio y para que pudiese entender la verdad y que
todo era quererme espantar con mentiras; y así comencé a acordarme de mis
grandes determinaciones de servir al Señor y deseos de padecer por El (Vida 36,
7-9).
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