¡OH SOBERANAS VIRTUDES, EMPERADORAS DEL MUNDO!
¿ Cómo podrá uno conseguir el verdadero señorío? ¿ Cómo conquistar tal dominio de uno mismo, tal paz y soberanía interior, que nada ni nadie nos quite la felicidad?
Vivir es el arte de ser feliz. Felicidad que consiste en irse liberando de las amarras exteriores e interiores, avanzando en el autocontrol y autodominio de uno mismo. Y poniendo en las fronteras los enemigos de la vida, cuales son, entre otros, la angustia y la tristeza. Y conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
A este propósito, Madre Teresa centra su soberanía en poseer estas dos virtudes; humildad y desasimiento. La persona que sea profundamente humilde y esté desasida de todo se puede pelear con todos los demonios y con todo el mundo, porque no tiene miedo a nada ni a nadie. Lo único que teme es descontentar a su Dios. La escuchamos:
Aquí puede entrar la verdadera humildad, porque esta virtud y esotra (el desasimiento), me parece andan siempre juntas. Son dos hermanas que no hay para qué apartarlas. No son estos los deudos, que yo aviso se aparten, sino que los abracen y las amen y nunca se vean sin ellas.
¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado, emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio, tan amadas de nuestro enseñador Cristo, que nunca un punto se vio sin ellas!. Quien las tuviere bien puede salir y pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo, y sus ocasiones. No tiene ya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos; no tiene a quien temer, porque no se le da nada de perderlo todo ni lo tiene por pérdida; sólo teme descontentar a su Dios, y suplicarle las sustente en ellas, porque no las pierda por su culpa.
Verdad es que estas virtudes tienen tal propiedad que se esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que las tiene ninguna, aunque se lo digan; mas tiénelas en tanto, que siembre anda procurando tenerlas, y las va perfeccionando más en sí, aunque bien se señalan los que las tienen. Se da a entender a los que los tratan, sin querer ellos (CP 10, 3-4).
¿ Cómo podrá uno conseguir el verdadero señorío? ¿ Cómo conquistar tal dominio de uno mismo, tal paz y soberanía interior, que nada ni nadie nos quite la felicidad?
Vivir es el arte de ser feliz. Felicidad que consiste en irse liberando de las amarras exteriores e interiores, avanzando en el autocontrol y autodominio de uno mismo. Y poniendo en las fronteras los enemigos de la vida, cuales son, entre otros, la angustia y la tristeza. Y conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
A este propósito, Madre Teresa centra su soberanía en poseer estas dos virtudes; humildad y desasimiento. La persona que sea profundamente humilde y esté desasida de todo se puede pelear con todos los demonios y con todo el mundo, porque no tiene miedo a nada ni a nadie. Lo único que teme es descontentar a su Dios. La escuchamos:
Aquí puede entrar la verdadera humildad, porque esta virtud y esotra (el desasimiento), me parece andan siempre juntas. Son dos hermanas que no hay para qué apartarlas. No son estos los deudos, que yo aviso se aparten, sino que los abracen y las amen y nunca se vean sin ellas.
¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado, emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio, tan amadas de nuestro enseñador Cristo, que nunca un punto se vio sin ellas!. Quien las tuviere bien puede salir y pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo, y sus ocasiones. No tiene ya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos; no tiene a quien temer, porque no se le da nada de perderlo todo ni lo tiene por pérdida; sólo teme descontentar a su Dios, y suplicarle las sustente en ellas, porque no las pierda por su culpa.
Verdad es que estas virtudes tienen tal propiedad que se esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que las tiene ninguna, aunque se lo digan; mas tiénelas en tanto, que siembre anda procurando tenerlas, y las va perfeccionando más en sí, aunque bien se señalan los que las tienen. Se da a entender a los que los tratan, sin querer ellos (CP 10, 3-4).
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