jueves, 26 de enero de 2012

QUEDARON ASOMBRADOS DE SU DOCTINA. DOMINGO 29 ENERO



Apostol Santiago. En plata. Juan de Arfe,1571



DOMINGO IV B
Jesucristo llegó al pueblo de Cafarnaun, entró en la sigagoga y se puso a enseñarles el mensaje de salvación. Dice el Evangelio que los oyentes “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”.- Efectivamente, Jesucristo no es un predicador cualquiera, es el verdadero Maestro. El no sólo es un maestro que enseña la verdad, él mismo es la verdad. Su oficio es enseñar la verdad a los hombres, pero justamente en Jesucristo no cabe distinguir entre oficio y persona, porque la persona es el oficio y el oficio es la persona. Ya es imposible separarlos, por eso enseña la verdad con palabras, con obras, con sus gestos, con todo lo que hace.-


Jesús no ha formulado una doctrina que se pueda desvincular de su persona, como cabe hacer con las ideas de un gran pensador, que se pueden reunir y estudiar dejando a un lado su persona. El vive todo lo que enseña, enseña lo que vive. Por eso su doctrina no puede separarse de El...Escuchar a Jesucristo, comprender a Jesús como Cristo, como enviado por Dios, significa estar convencido de que él mismo se ha dado en su palabra. No estamos ante un maestro que pronuncia una palabra (como en el caso de los hombres), sino ante un maestro que se ha identificado tanto con su palabra que entre ambos,- maestro y palabra-, no cabe distinción alguna : él es palabra. Todo él es un don de sí mismo a los demás, por eso todo él es palabra, palabra de verdad, El es la verdad. Toda la existencia de Jesucristo está en función de servir a los demás, su ser es “ser para nosotros” para nuestra salvación.


Nuestra fe cristiana no consiste principalmente en aceptar un conjunto de doctrina enseñada primero por Jesús de Nazaret, luego por los Apostoles y hoy por sus sucesores , el Papa y los Obispos, es decir la Iglesia. Nuestra fe cristiana es fundamentalmente una fe personal, porque es fe en la persona de Jesucristo. La fe no consiste en aceptar una doctrina, sino en aceptar a una persona que es su palabra.- Por eso, con toda razón decían sus oyentes que hablaba con “autoridad”, la autoridad que daba su vida, sus obras en favor de los hombres. Y su máxima obra, y por consiguiente, su máxima palabra es la crucifixión. Su crucifixión es su realeza, su realeza es el don de sí mismo a los hombres , es la identidad de palabra, misión y existencia justamente en la renuncia a su existencia, dar la vida por los demás. Si toda su vida es amor, la muerte en la cruz es la suprema palabra de amor. Desde la cruz, la fe va entendiendo poco a poco que ese Jesús no sólo ha hecho y dicho algo, sino que en él persona y mensaje son lo mismo, que él es siempre lo que dice.


Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,la persona de Jesucristo que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, S. Juan expresa este acontecimiento con las siguientes palabras: «« Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna »» (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro de todo lo que se cree, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de del pueblo de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: «« Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas »» (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «« mandamiento »», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.

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