En cualquier página del libro de su VIDA al que venimos dedicándo breves comentarios, Jesucristo ocupa más extensión que la propia Teresa, hasta el punto de que el libro es, más bien, la historia de Jesús en Teresa. El protagonista principal es El, no ella. Por eso nos está ayudando a redescubrir el sentido, la belleza, el gozo de nuestro ser cristiano, o ser en Cristo Jesús.
Teresa testifica la significación de Cristo resucitado en la vida de un creyente, que ha optado por El, y se percibe como receptor de un amor misericordioso absoluto, que ha salido a su encuentro, y le ha cambiado la vida, hasta el punto de no poder vivir ya sin referencia existencial a El.
De lo que esta vivencia tiene de novedad en la biografía de Teresa, es que uno no se cansa de leerla. En cada párrafo nos sorprende con un acontecimiento nuevo en ese encuentro mutuo de Amado con Amada. La Teresa que se postra ante el Cristo muy llagado, con derramamiento de lágrimas, o lo ve atado a la columna en la portería del convento, hoy es la Teresa que descubre la belleza y majestad de Jesús resucitado. La escuchamos:
"Un día de san Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente escribí"(V 28,3).
Distingue lo que es una "visión", en la que la persona no pone nada ni con el entendimiento ni con la imaginación, pues Jesús se le representa, a otro género de representaciones mentales, obra propia del sujeto pensante. La visión que ella "padece" es toda obra de Dios, por eso sobrepasa todo lo que se puede pensar y decir. Así se defiende:
"¿Cómo podríamos representar con estudio la Humanidad de Cristo, y ordenando con la imaginación su hermosura? Esto ¿ quién se lo quita, pues con el entendimiento la puede fabricar? Pero en lo que tratamos, ningún remedio hay de esto, sino que la hemos de mirar cuando el Señor lo quiere representar y como quiere y lo que quiere. Y no hay quitar ni poner, ni modo para ello, aunque más hagamos, ni para verlo cuando queramos, ni para dejarlo de ver.Muy ordinario me hacia Dios esta merced : ver que me estaba hablando y yo mirando aquella gran hermosura y la suavidad con que habla aquellas palabras por aquella hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor".
"Y deseara yo, en extremo, entender el color de sus ojos y del tamaño que era, para que lo supiese decir, jamás lo he merecido ver, ni me basta procurarlo, pues se me pierde la visión del todo. Algunas veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista, que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento, que para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista"(V 29,1-3).
Acojamos el testimonio, que nos da nuestra Santa, de la Presencia de Dios, encontrada y percibida, a sus cuarenta y cinco años, cuando oraba en este monasterio de la Encarnación de Ávila, y que nos demuestra que la fe en Jesús colma los anhelos de felicidad y de verdad de un corazón que le abre las puertas, de par en par. Con mis mejores saludos, Nicolás González
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