Explorando la personalidad de Teresa de Jesús, nos hemos encontrado con una persona equilibrada, anclada en la realidad, y que ha ido madurando día día. Y, siguiendo este proceso de maduración humana, nos hemos preguntado en qué medida ha podido influir su fe en Dios y su trato amoroso con Jesucristo.
Tenemos que responder que Teresa es impensable sin su experiencia vital de Dios, como centro y fuente de su ser y de su actuar. El espíritu divino la ha ayudado a comprenderse a sí misma , como criatura formada a imagen y semejanza de Dios, y a proyectar y realizar una hermosa función en el mundo, la de innovar un estilo de vida fundado en humildad y verdad.
Caminó muchos años en la niebla de la bulgaridad, hasta que un día quedó deslumbrada por el Sol de Justicia y empezó a ver las cosas de otra manera. Que lo que la gente estima como honra es una mentira; que los que tienen el algo los dineros están equivocados, porque con ellos no se puede comprar el bien, que es lo que más importa; que el mundo andaría mejor concertado si faltase el interés de la honra y de los dineros. La escuchamos:
Se fatiga el alma del tiempo en que miró puntos de honra, y en el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama honra. Ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella. Entiende que la verdadera honra no es mentirosa sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo; y lo que no es nada, tenerlo en nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios.
Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia de ellos...Si con ellos se pudiera comprar el bien, que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; mas veo que este bien se gana con dejarlo todo...¡Oh, si todos diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría el mundo, qué sin tráfagos! ¡ Con qué amistad se tratarían todos si faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí que se remediaría todo.
Por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de veras la coge este Sol, toda se ve muy turbia. Es como el agua que está en un vaso, que , si no le da el sol, está muy claro; si da en él, vése que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta comparación. Antes de estar el alma en este éxtasis, le parece que trae cuidado de no ofender a Dios y que conforme a sus fuerzas hace lo que puede. Mas, llegada aquí, que le da este Sol de Justicia, que le hace abrir los ojos, ve tantas motas que los querría volver a cerrar.
Cuando mira este divino Sol, deslúmbrale la claridad. Cuando se mira a sí, el barro la tapa los ojos. Aquí se gana la verdadera humildad, para que no se le dé nada de decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Todo el bien que tiene va guiado a Dios. Se los hace cerrar a las cosas del mundo, y que los tenga abiertos para entender verdades.
Pues que el Señor nos alumbre con el Sol de Justicia, y nos tenga abiertos los ojos para entender verdades. Con un cordial saludo, Nicolás González
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