viernes, 18 de febrero de 2011

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS.Domingo 20 de febrero




DOMINGO A- VII

“Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. Esto es lo que practicó Jesucristo y nos enseñó. Los humanos reaccionamos de otra manera y pensamos lo contrario: que hay que aborrecer al que te hace daño, que hay que aniquilar al enemigo, que si tú me pegas dos yo te devuelvo cuatro. Los hombres maquinan guerras, odios, divisiones, violencias, desprecios. Y por eso sufrimos tontamente y nos hacemos la vida insoportable. Si acogemos y nos dejamos convencer por la sabiduría de Dios, que nos insta al amor a todos, al perdón, a la comprensión, nuestra vida se llena de belleza, de esperanza y de verdad.


Es tan importante esto, que Jesucristo incluyó en la oración del Padre nuestro esta petición:”Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas entre los hombres y ofensas a Dios. Toda ofensa entre los hombres encierra de algún modo una vulneración de la verdad y del amor, y así se opone al plande Dios, que es Verdad y es Amor…. Superar la culpa es una cuestión central de toda la existencia humana. La ofensa provoca represalias; se forma así una cadena de agravios en la que el mal de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil superar.. Jesucristo nos dice: la ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, nó a través de la venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona.


Dios mismo, sabiendo que los hombres estábamos enfrentados unos con otros y con El como rebeldes, se puso en camino desde su divinidad para venir a nuestro encuentro en Jesucristo su Hijo, para reconciliarnos. La reconciliación de unos con otros, de los esposos entre sí , de los hijos con los padres, entre vecinos, entre compañeros de trabajo es vital para la existencia humana. No es una cosa cualquiera, que dé lo mismo practicar o nó practicar. Escuchemos la oración de Jesús desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.


¿Pero qué es el perdón? El perdón es algo más que olvidar al prójimo que nos ha ofendido. La ofensa tiene que ser suibsanada, reparada y así superada. El perdón es algo que cuesta al que perdona, tiene que superar en su interior el daño recibido, debe como cauterizarlo dentro de sí, y con ello renovarse a sí mismo, de modo que luego este proceso de transformación, de purificación interior, alcance también al otro, al culpable. Y así ambos, sufriendo hasta el fondo el mal y superándolo, salgan renovados.

Pensemos también que nos encontramos con los límites de nuestra fuerza para curarnos, para superar el mal. Nos enfrentamos con la prepotencia del mal, a la que no conseguimos dominar sólo con nuestras fuerzas. Invoquemos entonces a Jesucristo que cargó con nuestros dolores, con todas nuestras culpas y entregó su vida por nosotros. Y El vendrá en nuestra ayuda para superar el mal que hay en nosotros, enmendar con El el mal mediante el amor.


Con un cordial saludo y ¡Feliz Domingo.! Nicolás González

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