A TERESA, UN LIBRO LE DIO LA VIDA
Dejamos ayer a la joven Teresa, enferma por la necesidad de tener que tomar una decisión, que no ve clara. Tiene que escoger un estado de vida, o casada o monja.
Entró en el internado de Nuestra Señora de Gracia, llena de vitalidad. Y ahora sale por enfermedad. ¿A Don Alonso le salió al revés la jugada?
Cuando la sacó de las Agustinas, su hija Teresa llevaba dentro el gusanillo. Primero la cuidó en su casa , y, cuando le pareció bien, la plantó en otro escenario, a ver si los aires de la sierra y las conversaciones con la hermana casada lograban reponerla por completo. Vayamos por partes.
Primera parada, en casa de su tío viudo Don Pedro, en una casona con escudo de los Águila, del pueblecito de Ortigosa.
Días después, en la dehesa de Castellanos de la Cañada, con el matrimonio de la hermana casada con Don Martín de Guzman y Barrientos, agricultor y ganadero. ¿ El sol matinal o las heladas del anochecer borrarían de su mente el sonsonete de monja o casada?
Pues nó. El estribillo la asalta constantemente. Aunque ha cambiado de escenario, la trama continúa. En aquel silencio le retumban las palabras de cuando niña, “para siempre, siempre, siempre”. Y las del Evangelio “ muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Y las de la monja Briceño , de que Dios premia a los que lo dejan todo por El.
Revive las primeras experiencia de su niñez:” Vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña”
- de que no era todo nada
- y la vanidad del mundo
- y cómo acaba en breve
- y a temer, si me hubiera muerto, cómo hubiera ido al infierno.
- y, si me metiera monja, tener que afrontar los sacrificios, trabajos y privaciones, que ese estado de vida lleva consigo. Un verdadero purgatorio.
Y en aquella soledad de Castellanos, reaccionó optando por pasar el purgatorio en vida, porque así llegaría antes al cielo, meta por la que suspiraba desde niña. Al fin, un premio eterno.
No fueron las conversaciones con su tío Don Pedro, ni con su hermana María ni con su cuñado Guzmán, ni el sol, ni los aires, ni el rumor de las ramas de encina, ni el amplio horizonte de la moraña lo que le devolvieron la paz interior y la salud corporal. Fue un libro.
“Dióme la vida haber quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito”.
¿Qué fue lo que leyó en ese libro?
Las “Cartas” se San Jerónimo se dividían en siete libros, cada uno en torno a un estado de vida cristiana. Se encontró con este párrafo en el Libro 1º: “Trata del hombre exterior (que es el cuerpo) y del interior (que es el alma) por mostrar claramente cómo el interior es el verdadero y del que debemos curar. Enséñanos también en qué consiste la vida de estos dos hombres…”. Luego siguió leyendo los Libros 2º y 3º. La lectura influyó decisivamente en su opción por un estado de vida, que sería “el estado contemplativo” o el “estado virginal”.
San Jerónimo, siendo muy mozo y viviendo en soledad, antes de ser obispo, se persuade “ que deje la casa, parientes, amigos y riquezas y se retraiga a la vida eremítica, donde, como buen caballero, puede ejercitarse en el servicio de Dios”…”Si vieres (queriendo salir a la batalla) que se pone delante padre, madre, hijos, nietos, con ruegos, lágrimas, y suspiros, por cima de todos (has de ) volar al pendón de la cruz, donde tu gran capitán te espera: y ten por cierto que no hay en el mundo cosa de tanta piedad como esta crueldad”.
En estos textos se ha visto retratada la joven Doña Teresa. Más aún, la lectura reposada de unas páginas que la reenvían al interior de si misma, le dan la vida. En las “Cartas” de San Jerónimo ha encontrado la medicina que necesitaba.
Volveremos el lunes, sin Dios quiere. Feliz Fiesta de Cristo Rey.
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