¿Fue en el internado de Santa María de Gracia, donde le vinieron a Doña Teresa de Ahumada las ganas de meterse monja. Todo lo contrario. Lo dice expresamente:
“Yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja”.
Sin embargo, se sentía muy a gusto en el internado: “Holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento”. “Aun con todo esto, no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de buenos”.
En el internado de las Agustinas experimenta una evolución personal. Pasa del desasosiego inicial que padece al verse encerrada entre cuatro paredes y tener que tratar con monjas, en vez del trato con sus hermanos, chicas de la casa y primos, a tener un poco de paz.
Se vuelve reflexiva. También entre monjas y compañeras del alumnado se siente querida. Descubre que tiene el atractivo de que todos la miren bien, en cualquier sitio que vaya. Percibe enseguida que aquellas mujeres, que cuidan de ella, eran buenas personas, monjas “de gran honestidad, religión y recatamiento”.
Pero los primos siguen al acecho desde la muralla, que tiene enfrente. La envían papelitos, que ella guarda en secreto. Estas cuitas le van a durar poco tiempo. Las cuidadoras se dan cuenta y cortan la trama.
“Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad. Paréceme andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podía tornar a sí”.
No va a ser fácil que rompa por completo con la calle. Entra en juego un contrincante que la va a perseguir toda la vida, el demonio. Ve que el demonio la tienta a pensar que no sería procedente romper con los amigos de la pandilla, cortar “el trato con quien, por vía de casamiento, me parecía podía acabar bien”.
Y apela al consejo de sus confesores para demostrarse a sí misma que esa manera de proceder no podía ir en contra de la voluntad de Dios.
Pero advierte, sobre todo, que el Dios invisible la mira y remira, y no puede sustraerse a esa mirada penetrante. Experimenta que Dios la mira y es mirado por ella. Discurre un fluido amoroso, inexplicable, que la hace "tornar a Si". Vuelta a Dios, descubre asombrada unos ojos diferentes de los del primo aquel. Algo le está pasando a la "enemiguísima de ser monja".
Dejamos a la joven Teresa en silencio. ¿Podrá olvidar esa mirada oculta en su interior?
Adiós, hasta la semana próxima. Que Dios nos bendiga. Vuestro Capellán.
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