El dos de noviembre de 1535, la joven Teresa de Ahumada, mientras amanecía en Ávila, sin hacer ruido y, a oscuras, para que nadie la viese, salió de su casa, en compañía de su hermano Juan, camino del Monasterio de la Encarnación. Llamó al portón grande del convento, y entró. Venía a ser monja. La escuchamos a ella:
“En estos días, que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile, diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él”.
“Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera . Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra”.
Para compartir la responsabilidad y el miedo, convenció a uno de sus hermanos a que la acompañase.
-Hermano, nuestro señor padre sabe que quiero ser monja. Tengo concertada la admisión en el Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación,a donde está aquella mi amiga,a la que tengo mucha afición. Pero nuestro padre nos quiere tanto, que en ninguna manera puedo acabar con él que me deje entrar mientras viva. Yo temo que, por mi flaqueza, pueda un día volverme atrás. Por eso lo voy a hacer inmediatamente. Las monjas están dispuestas a abrirme las puertas mañana mismo.
Y aquella tarde, tarde de Todos los Santos, planearon juntos –su hermano y ella- otra fuga de casa, para el día siguiente, día de Ánimas. La más dolorosa y definitiva fuga.
Haciéndose una fuerza incontenible, como si cada hueso se le apartara de sí, salió de casa muy de mañana, subio por la calle de Las Tres tazas, salió de las murallas por la puerta del Carmen, atravesó el barrio de Ajates, y llamó a la puerta del convento.
Tenía veinte años. Era el 2 de noviembre de 1535. Dia de los difuntos. Una fecha escogida a propósito, como si el pensamiento de la muerte le hubiese dado el último empujón, como si buscase el premio de la muerte. La primera fuga fue para ir a tierra de moros, también la hizo buscando la muerte del martirio, para ganarse el cielo. La motivación de la radicalidad de la muerte la llevó también este dia al convento, como llevó al Duque de Gandía a otro cambio de vida semejante al de Teresa.
Nunca se arrepintió de haberse metido monja. A los ventiocho años de llevar el hábito, escribió : "Yo nunca supe qué era descontento de ser monja, ni un momento en ventiocho años, y más que ha que lo soy".
Al salir el sol, aquel dos de noviembre, Teresa estaba ya dentro de otra ciudad, también cercada de un alto muro circular. Entre amigas de siempre, las señoras de la casa de los Águila, de los Bracamonte, de los Dávila , de los Suárez. En la ciudad de las Carmelitas. Frente por frente a la ciudad de los caballeros.
Encontró aquí su casa ideal. Su casa grande y deleitosa, como ella la llamaba.
Mañana, día tres, celebraremos otro aniversario. Hasta mañana, si Dios quiere.
“En estos días, que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile, diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él”.
“Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera . Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra”.
Para compartir la responsabilidad y el miedo, convenció a uno de sus hermanos a que la acompañase.
-Hermano, nuestro señor padre sabe que quiero ser monja. Tengo concertada la admisión en el Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación,a donde está aquella mi amiga,a la que tengo mucha afición. Pero nuestro padre nos quiere tanto, que en ninguna manera puedo acabar con él que me deje entrar mientras viva. Yo temo que, por mi flaqueza, pueda un día volverme atrás. Por eso lo voy a hacer inmediatamente. Las monjas están dispuestas a abrirme las puertas mañana mismo.
Y aquella tarde, tarde de Todos los Santos, planearon juntos –su hermano y ella- otra fuga de casa, para el día siguiente, día de Ánimas. La más dolorosa y definitiva fuga.
Haciéndose una fuerza incontenible, como si cada hueso se le apartara de sí, salió de casa muy de mañana, subio por la calle de Las Tres tazas, salió de las murallas por la puerta del Carmen, atravesó el barrio de Ajates, y llamó a la puerta del convento.
Tenía veinte años. Era el 2 de noviembre de 1535. Dia de los difuntos. Una fecha escogida a propósito, como si el pensamiento de la muerte le hubiese dado el último empujón, como si buscase el premio de la muerte. La primera fuga fue para ir a tierra de moros, también la hizo buscando la muerte del martirio, para ganarse el cielo. La motivación de la radicalidad de la muerte la llevó también este dia al convento, como llevó al Duque de Gandía a otro cambio de vida semejante al de Teresa.
Nunca se arrepintió de haberse metido monja. A los ventiocho años de llevar el hábito, escribió : "Yo nunca supe qué era descontento de ser monja, ni un momento en ventiocho años, y más que ha que lo soy".
Al salir el sol, aquel dos de noviembre, Teresa estaba ya dentro de otra ciudad, también cercada de un alto muro circular. Entre amigas de siempre, las señoras de la casa de los Águila, de los Bracamonte, de los Dávila , de los Suárez. En la ciudad de las Carmelitas. Frente por frente a la ciudad de los caballeros.
Encontró aquí su casa ideal. Su casa grande y deleitosa, como ella la llamaba.
Mañana, día tres, celebraremos otro aniversario. Hasta mañana, si Dios quiere.
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