DOMINO DE CRISTO REY. DOMINGO 24 NOV.
Según el relato de S. Lucas, Jesús ha
agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie
parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que
sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada
compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se burlan de
él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a
sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios
en su defensa.
También los soldados se suman a las
burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que
Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”.
Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza
salvándose a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no
desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su
propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los
crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos
abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas burlas y
desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de
los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo
admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir
ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien
a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está
convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace
una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.
Jesús le responde de inmediato: “Hoy
estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y
la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán
crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio
de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No
saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe
pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de
la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los
escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse
con cada persona
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