DOMINGO 24 C. DIA 15 SEP.
El gesto más provocativo
de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y
pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por
su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer
amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos que Jesús creó
una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen
de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos
dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para
escucharle”. Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no
encuentran en ninguna otra parte.
Mientras tanto, los sectores fariseos y
los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante
el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: “Ese
acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo puede un hombre de Dios
comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?
Jesús nunca hizo caso de sus críticas.
Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta
seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las
sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores;
ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de
oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les ofrece su
comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse
acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su
mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va
curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve
la alegría de vivir.
Jesús los acoge tal como son, sin
exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios,
sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando
totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos
abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.
La primera tarea de una Iglesia fiel a
Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos
amistosamente. Esa es la actitud del Papa. Siempre que el Papa
Francisco insiste en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a
todos..., la gente aplaude con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente
de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.
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