Teresa ha tenido experiencias espirituales fuertes, como un huracán que ha conmocionado alma y cuerpo, y otras finísimas y suaves como como una caricia.Nos preguntamos ¿ cuál de ellas aconseja a en sus escritos? En el capítulo 29 del libro de su Vida describe ambas situaciones por las que ha pasado con unos términos, que la retratan como la mujer locamente enamorada de Jesucristo.
En sus encuentros amorosos con el Señor, se ve zarandeada crudamente por el Invisible, al que ni ve ni entiende, pero le siente como abasallador. Es como el niño que llora de cuajo para que su madre le atienda, o como una olla que hierbe a presión, y sigue poniendo leña para avivar más el fuego, y, a la vez. lo intenta apagar con lágrimas. Piensa que para más y mejor conquistar el amor de Dios, tiene que hacer muchas penitencias, derramar lágrimas de contrición, mortificarse, estar tres horas de rodillas y cosas por el estilo. Hasta que cayó en la cuenta de que lo mejor era dejar al Otro que actuara en ella, y abandonarse, dejarse acariciar por El suavemente, consciente y amorosamente.La escuchamos:
La razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mismo natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto. sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que la haga mover a amar por via suave, y no a puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como ella que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda. Sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño-
Yo las tuve algunas veces a los principios, y me dejaban perdida la cabeza y cansado el espíritu, de suerte que, a otro día, no estaba para tornar a la oración. Asique es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior, se procure mucho evitar.
Estos otros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la leña, sino que parece que - hecho el fuego- de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón, a veces, que no sabe el alma qué le pasa ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece que consigue aborrecerse a sí por amor de este Señor, y perdería de buena gana la vida por El ( V 28,9)
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