PONED LOS OJOS EN VOS Y ENTRARSE EN ESTE PARAISO CON SU DIOS
Santa Teresa en el capítulo 29 de Camino nos da algunas orientaciones prácticas que encaminen nuestra oración vocal o meditación hacia la ensenada de la interioridad. Que desde el primer momento, comience a recoger velas para no quedar en oración de palabras o de solos pensamientos y deseos, sino que convoque ante Dios el centro del alma, la persona misma del orante, desde los resortes hondos de su ser.
Advierte contra la extroversión del orante, del peligro de “andar derramado” en la vida, de tener unos centros de gravedad en lo exterior que capitalicen pensamientos, afectos y proyectos y que arrastren la atención del orante cuando se dispone a hacer oración. Tal persona frustra de antemano todo ingreso en la oración de recogimiento. No podrá instalarse dentro de sí, en su espacio interior; se encontrará con una interioridad fragmentada y descentrada. La Santa está convencida que el orante que logra saltar a esa hondura del alma, inexorablemente se encuentra con Dios. La escuchamos:
Poned los ojos en vos y miraos interiormente; hallaréis vuestro Maestro, que no os faltará; antes, mientras menos consolación exterior, más regalo os hará. Es muy piadoso, y a personas afligidas y desfavorecidas jamás falta si confían en él sólo.
Quisiera yo saber declarar cómo está esta compañía santa con nuestro acompañador, Santo de los santos, sin impedir a la soledad que ella y su esposo tienen, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios. Digo “quiere”, porque entender que esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer, y que podemos nosotros hacerlo con el favor de Dios, que sin éste no se puede nada. Esto no es silencio de las potencias: es encerramiento de ellas en sí misma el alma.
Nos hemos de desocupar de todo, para llegarnos interiormente a Dios, y aun en las mismas ocupaciones, retirarnos a nosotros mismos. Aunque sea por un momento solo, aquel acuerdo de que tengo compañía dentro de mí, es gran provecho. En fin, irnos acostumbrando a gustar de que no es menester dar voces para hablarle, porque Su Majestad se dará a sentir cómo está allí (CP 29, 1-5).
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