Domingo 30 B del tiempo ordinario.- Dia 28 oct.
Jesucristo hizo un milagro curando a un ciego, que le gritó al pasar cerca de él:” Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús cura enfermos, sana de sus males a todos los que se lo piden, y es capaz de anunciar el mensaje de salvación y el reino de llos cielos a través de estas señales. Con estos milagros no sólo recupera la salud y la felicidad de los sanados, sino que demuestra el poder de sus palabras y de sus obras, y que la autoridad con la que realiza estas curaciones viene directamente de Dios. La sanación de este hombre llamado Timoteo, de su ceguera a la salida del pueblo de Jericó es el resultado de una súplica que el mismo Timoteo formula. El llama a Jesús y reclama su atención para que se fije en él y en su enfermedad y, de esta forma pueda curarlo a través de la fe. El ciego Timoteo hace todo lo posible para llamar la atención, conseguir que Jesús se fije en él y hacer que en medio de la multitud su voz sea oida. A fin de cuentas, entendemos que la petición y súplica que hace el ciego de Jericó es lo mismo que la petición que hacemos nosotros a través de la oración. Este Evangelio al relatar el acontecimiento de la curación del ciego, en el fondo nos está recordando la importancia de la petición, de la oración, de la súplica a Dios para que nos libere de todo mal.- Es necesaria la oración, la súplica a Dios, sentida, sincera, hecha desde lo profundo de nuestro corazón, y con toda la fe y confianza en que Dios es una Padre que quiere lo mejor para sus hijos.- Hay que reconocerse uno necesitado de Dios. El ciego pide lo que verdaderamente necesita.Sólo el que reconoce su propia ceguera comprende lo que es la luz de la fe, la luz de la eternidad. Eso es lo que hace que uno invoque de corazón y con todas las expresiones de su alma:” Señor, ten compasión de mí”.-
Jesucristo le pregunta¿ Qué quieres que haga por ti” ¿. No le exige nada a cambio. Nosotros huimos de la oración porque pensamos que el Señor nos va a exigir algo a cambio de que nos dé lo que le pidamos. Eso es señal de que nuestra relación con Dios está enturbiada por el miedo. Este ciego nos enseña la confianza absoluta en Dios, su plena confianza en el poder de Dios. Y a él, como a nosotros, el Señor, en primer lugar nos ofrece su ayuda. Jesucristo le cura no sólo de su ceguera física, sino también de la ceguera del alma. Jesucristo manifiesta el amor y la solidaridad de Dios para con el hombre, en sus oscuridades, en sus dolores y en las injusticias que sufre .- Jesucristo siempre está dispuesto a actuar en nuestra vida para concedernos lo que nos es más conveniente. El conoce mejor que nosotros cuales son nuestras verdaderas necesidades.
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