UN VIAJE DIVINO, QUE ES CAMINO REAL PARA EL CIELO
Madre Teresa dedica el capítulo 21 de Camino a enseñarnos lo que importa ser hombres y mujeres de oración. Hacer oración es tanto como emprender un viaje divino, camino real para el cielo.
Es un camino al interior de uno mismo, en busca de Dios escondido en el centro del alma. A esta reflexión continuada Teresa la llama oración. A Dios le escucha, consciente de que el Padre no tiene más que una Palabra que es su Hijo. La pronuncia en medio de un eterno silencio, y sólo en el silencio de la oración el alma la recibe y la oye.
Madre Teresa nos propone tener el deseo de conocer más y mejor el interior de nuestra alma y el tesoro divino escondido en ella. El deseo engendra el amor a la oración y al recogimiento. Perseverando en la oración, día a día irá descubriendo más sus riquezas y sus misterios.
Para alcanzar ese tesoro y disfrutar de él, hay que iniciar decididamente el viaje divino al interior de uno mismo, por el camino real de la oración. Sin dudas ni vacilaciones. Madre Teresa sale al paso de los que opinaban que la oración no es cosa de mujeres, que es perder el tiempo, que lo propio de la mujer es hilar, y cosas por el estilo. Con absoluta seguridad santa Teresa defiende y garantiza los grandes beneficios que trae una vida de oración:
Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho y el todo: una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájase lo que se trabajare,murmure quien murmura, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él,
siquiera se hunda el mundo; como muchas veces acaece con decirnos: “hay peligros”, “fulana por aquí se perdió”, “el otro se engañó”, “ el otro que rezaba mucho cayó”, “Hacen daño a la virtud”, “no es para mujeres”, que “les podrían venir ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han menester esas delicadezas”, “ basta el paternóster y avemaría”.
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