La fundación de Villanueva de la
Jara (4).
“ Verdad es que estas hermanas que estaban aquí los han pasado
casi seis años; al menos más de cinco y medio que ha que entraron en esta casa
de la gloriosa Santa Ana, dejada la mucha pobreza y trabajo que tenían en ganar
de comer, porque nunca quisieron pedir limosna (la causa era porque no les
pareciese estaban allí para que las diesen de comer), y la gran penitencia que
hacían, así en ayunar mucho y comer poco, malas camas y muy poquita casa, que
para tanto encerramiento como siempre tuvieron era harto trabajo.”
“ El mayor que me dijeron habían tenido era el grandísimo deseo de
verse con el hábito, que éste noche y día las atormentaba grandísimamente,
pareciéndoles nunca lo habían de ver, y así toda su oración era porque Dios las
hiciese esta merced, con lágrimas muy ordinarias. Y en viendo que había algún
desvío, se afligían en extremo y crecía la penitencia. De lo que ganaban,
dejaban de comer para pagar los mensajeros que iban a mí, y mostrar la gracia
que ellas podían con su pobreza a los que las podían ayudar en algo. Bien
entiendo yo, después que las traté y vi su santidad, que sus oraciones y
lágrimas habían negociado para que la Orden las admitiese. Y así he tenido
por muy mayor tesoro que estén en ella tales almas, que si tuvieran mucha
renta, y espero irá la casa muy adelante.
" Pues como entramos en la casa, estaban todas a la puerta de
adentro cada una de su librea; porque como entraron se estaban, que nunca
habían querido tomar traje de beatas, esperando esto, aunque el que tenían era
harto honesto; que bien parecía en él tener poco cuidado de sí, según estaban
mal aliñadas, y casi todas tan flacas, que se mostraba haber tenido vida de
harta penitencia".
Recibiéronnos con hartas
lágrimas del gran contento, y hase parecido no ser fingidas y su mucha virtud
en la alegría que tienen y la humildad y obediencia a la Priora; y a todas las
que vinieron a fundar no saben placeres que les hacer. Todo su miedo era si
se habían de tornar a ir, viendo su pobreza y poca casa. Ninguna había mandado,
sino, con gran hermandad, cada una trabajaba lo más que podía. Dos, que eran de
más edad, negociaban cuando era menester; las otras jamás hablaban con ninguna,
persona, ni querían. Nunca tuvieron llave a la puerta, sino una aldaba; ni
ninguna osaba llegar a ella, sino la más vieja respondía. Dormían muy poco, por
ganar de comer y por no perder la oración, que tenían hartas horas; los días de
fiesta, todo el día. Por los libros de fray Luis de Granada y de fray Pedro de
Alcántara se gobernaban.
El más tiempo rezaban el Oficio Divino,
con un poco que sabían leer, que sola una lee bien, y no con breviarios .
Tenían su horno en que cocían el pan, y todo con un concierto como si tuvieran
quien las mandara.
A mí me hizo alabar a
nuestro Señor, y mientras más las trataba más contento me daba haber venido.
Paréceme que por muchos trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado
de consolar estas almas. Y las que quedan de mis compañeras me decían que
luego a los primeros días les hizo alguna contradicción, mas que como las
fueron conociendo y entendiendo su virtud, estaban alegrísimas de quedar con
ellas y las tenían mucho amor.
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