Custodia del Corpus de Ávila.Año 1571
TIEMPO ORDINARIO.DOMINGO XI C
El Evangelio, que leemos en la Misa de este domingo, comienza con un episodio muy hermoso, y lleno de significado para nuestra vida diaria. El Señor va a casa de un fariseo. Y estando allí sentado a la mesa, llega una mujer, pecadora pública, se postra de rodillas ante los pies de Jesús, y llorando, se pone a regarle los pies con sus lágrimas, mientras insistentemente le pide perdón por sus pecados.
Jesús, gratamente sorprendido, conociendo la sinceridad de aquella mujer arrepentida de su mala pisa, le dice: “Tus pecados están perdonados.-.Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.- Hagamos nosotros lo mismo, en la soledad de nuestra habitación, o ante el sagrario de una iglesia, reconocer nuestros pecados y pedirle a Dios qe nos perdone. Con la certeza de que Dios nos escucha, nos consuela con su palabra, e ilumina con la verdad la niebla de las ideologías y de las idolatrias que nos atontan y enfrian tantas veces.
De forma más contundente nos levanta con su mano a través de los sacramentos, nos cura de nuestras pasiones y de nuestros pecados mediante la absolución del sacerdote en el sacramento de la Reconciliación. Nos da la capacidad de levantarnos, de estar de pie delante de Dios y de los hombres. Y precisamente esto mismo puede acontecernos en la Misa de cada domingo, si acudimos con fe ante el altar de Dios, escuchamos su palabra y le pedimos de corazón perdón uniéndonos al sacerdote cuando nos invita al yo confieso.
Caigamos en la cuenta de que al asistir a Misa, el Señor se encuentra con nosotros, nos escucha, nos toma de la mano, nos levanta y nos perdona siempre de nuevo con el don de su palabra y con el don de sí mismo en la Eucaristía.
Ante la sorpresa de los que allí estaban viendo aquella escena insólita, les dice :“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor,pero al que poco se le perdona, poco ama”.-
El amor de Dios a los hombres y el amor de los hombres a Dios: ahí está la clave y el centro de todas las actividades de Jesús; vemos cómo su predicación, las curaciones, los milagros y ,por último, la Pasión que sufre, salen de este centro, de su corazón, de su amor. Y aquella pecadora obtuvo el perdón, la paz, su transformación interior, porque demostró su amor a Jesucristo, el Hijo de Dios, como su salvador. Y así este evangelio nos conduce al centro de la fe y de nuestra vida, es decir a la primacía del amor de Dios.
Sigue diciendo el evangelio: “Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo
en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios”. Para eso, Jesucristo vino al mundo; para anunciar a Dios y expulsar las fuerzas del mal, los pecados. Jesús no vino a ofrecernos las comodidades de la vida, o los placeres mundanos, sino para restaurar la condición fundamental de nuestra dignidad humana, igual para todos, para traernos el anuncio de Dios, el amor de Dios, que es lo que verdaderamente salva al hombre y vence las fuerzas del mal que hay en nosotros, el egoismo, la sobervia, el odio, la insolaridad, el rechazo
Donde no se respeta a Dios, tampoco se respeta al hombre, ni a la naturaleza. Sólo si descubrimos el esplendor de Dios reflejado en el rostro del hombre, al hombre, imagen de Dios, protegeremos su dignidad, la que nadie puede violar.
El perdón es una actitud típicamente cristiana. Lo propio del cristiano es saber dominarse, saber perdonar, saber respetar, saber esperar. Imitando a Jesucristo.
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